sábado, 10 de noviembre de 2007

No reconozco el verdadero patetismo

Yo vivía en un departamento oscuro, viejo, húmedo y muy caluroso.
Recuerdo que en un año angosto, de esos que no tienes ganas ni de respirar menos de levantarte, alguien tocó a mi puerta un día.
Con esfuerzo fui a mirar quien era y me encontré con la desagradable sorpresa de que mi jefe estaba ahí, parado junto al timbre.
¡Puta! ¡puta! qué hago, me dije, mientras corría a mi dormitorio para ponerme algo de ropa. Me gusta estar desnuda en casa.
El timbre sonó varias veces más, hasta que yo decidiera que hacer. ¿Le abro o no le abro?
Cansada de escuchar el molesto pito fui hacia la puerta y abrí.

- Castillo, que sorpresa. ¿Qué lo trae por aquí? – le dije con tono irónico.
- Quería saber cómo está, Mariela.
- Bastante bien. Sobre todo desde que tuve la dicha de ser despedida por usted.
- No es necesario que sea agresiva. Usted me preocupa y por eso estoy acá.
- No tiene de que hacerlo. Vivo tranquila, sin estrés y con un poco de calor que lo remedio habitualmente con una cerveza helada. –

A pesar de mi ánimo poco amigable Castillo insistió en pasar. Una vez adentro yo no podía hacer más que ofrecerle algo de tomar.
Obviamente ese viejo aburrido y sin vida sólo quería un vaso de agua. Fui a la cocina y le traje una cerveza: eso de la vida sana conmigo no pega.
Pero una botella no nos alcanzó, así que abrimos varias botellas más.
En un momento Castillo empezó a insinuárseme y yo no comprendía qué diablos pasaba por su cabeza. Comencé a burlarme de él y a tratarlo muy mal.

- Si claro, ahora me quieres coger – reí exageradamente.
- No, Marielita, no diga eso. Yo solamente estoy expresando algo que me pasa en relación a usted.
- Mira Castillo, a mí no me vengas con este cuentito del respeto y el amor; si tu idea es coger conmigo, ten los pantalones y dímelo.

Mi jefe no sabía qué responder ante el planteamiento claro y conciso. Poco después pudo juntar algunas palabras.

- La verdad es que usted me gusta. No se lo había podido decir porque usted era mi empleada y ese tipo de comportamiento en la empresa no es bien visto.
- Castillo, deja de tratarme de usted. Parece que no me conocieras.
- No me diga eso... Me hiere.
- Castillo, ¿quieres o no quieres coger conmigo? – le dije mientras pensaba que este hombre no sabe lo qué es dolor.
- Quiero. Sí.

Después de está confesión quedé muda. Nunca pensé que ese viejo cagón se animaría a decir algo así.
Pero bueno. Yo me había complicado sola el panorama, así que, como se dice por ahí, tenía que ponerle el pecho a las balas y en este caso a sus manos, lengua, pene, etcétera.

- Bueno, sí así lo quieres, aquí me tienes.

Empecé a desvestirme y me senté sobre él. ¿Será que puede sentir un poco de miedo o nervios?
Esa noche mi jefe adoptó el papel de empleado. Yo ordenaba y él obedecía. Cuando ambos llegamos al punto más glorioso y excitante me di cuenta que los dos desafinamos los pies juntos, como solíamos hacerlo antes de que él decidiera despedirme y alejarse de mí a cambio de una esposa tan vieja y patética como él.

Por Manuela Carcelén Espinosa

2 comentarios:

Cly dijo...

Hola, muy bueno tu blog, me gusto mucho. voy a linkearte para seguir visitandote. Saludos

Marcus Losanoff dijo...

uau!