lunes, 29 de septiembre de 2008

Raras costumbres

Tres meses de una relación rara, con la misma rutina y sin ningún compromiso. Al verlo ese día de nuevo supuse que cumpliríamos con el ritual de siempre: pondríamos la película en el DVD haciendo comentarios bobos como “esperemos que esta sea buena”, nos acomodaríamos en el sillón y antes de que empezara nos entrelazaríamos hasta consumar el deseo. Luego al terminar, transpirados y exhaustos, haríamos chistes malos de los que nos reiríamos efusivamente. Después él me llamaría un taxi, yo me iría y el se quedaría en su casa. Dormiría solo y yo también.
Pero en cambio esa noche las cosas fueron diferentes. Cuando llegamos, me dijo que quería probar cosas nuevas. Me imaginé que me pediría un trío o que usemos juguetes, o tal vez disfraces, también pensé que capaz quería que nos untemos cosas pegajosas y a medida que pasaban las milésimas de segundos se me ocurrían cosas más atrevidas.
El se sentó a mi lado, me miró, me acarició la cara y luego, sin aviso previo, los senos. Repetía constantemente que quería probar algo diferente y yo esperaba a que me lo dijera de una vez por todas.
En cambio, siguió con el juego. Me acostó en el sofá, me besó el cuello repetidas veces mientras con una mano me acariciaba el cuerpo, cada vez ejerciendo mayor presión. Me besaba ansioso, merodeaba mi ombligo y mi sexo.
“Quiero que probemos algo diferente”, me susurraba y me mordía la oreja despacio.
La excitación se sentía en el aire, en la casa, en el barrio, debajo de nuestros pantalones. Las respiraciones entrecortadas se mezclaban.
Yo también respondía. Le saqué la camisa. Mi lengua incansable atacó su cuello y mis manos le dieron la bienvenida a su pecho.
“ Quiero que probemos algo diferente” repitió una vez más. “Lo que quieras” dije con voz grave sin detener mis besos. Hasta que me dijo lo que quería.
Horrizada, asqueada y mal humorada me vestí y poniéndome un zapato en el camino, me fui sin dudarlo. Me llamó un par de veces pero no lo atendí. Hace dos semanas que no lo veo. Sus últimas palabras fueron: “Me calienta que me caguen encima”.

Por Laura Brizuela

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