
Recuerdo a ese vagabundo que los sábados por la mañana se acostaba en una banca del parque: sus ojos dibujaban las formas del cielo. El olor a alcohol alejaba a los niños y acercaba a las palomas. Parecía descansar impávido ante las vueltas fugaces del mundo. Señoras subían con sus hijos, señores bajaban con sus mozas, los jóvenes se miraban, se tocaban, se besaban, se juraban cosas. Él seguía perdido en el celeste eterno.
Parecía estar siempre sólo. Quizás lo estaba. Quizás los sábados.
Me atraían sus ojos profundos. Azules. Su piel entre canela y sucia. Desde una esquina lo miraba durante horas; él no se movía. Empezaba a dar vueltas, me arremangaba la falda que traía puesta y que a duras penas cubría mi culo. Él no sé percataba de mí.
Un día me cansé y fui directamente a esa banca. Empecé a hablarle y me miró. Uf - pensé - qué ojos del hijueputa. Cuánto costará perderse ahí.
Pronto regresó al cielo. Él escuchaba lo que le decía sin hacer ningún gesto. Yo no pensaba.
En mitad de mis palabras interrumpió y dijo: acuéstate a mi lado, tal vez si estamos cerca podamos mirar las mismas cosas. Yo lo hice, pero intenté tener otra perspectiva así que puse mi cabeza del lado de sus pies. Era verdad, el cielo cubría todas las palabras, personas, ciegos, sordos, mudos. A mí.
Después de dos horas me levanté algo mareada. Él extendió su mano. Me dio un cigarrillo. Lo prendí despacio mirando como el humo iba tomando las formas de las nubes de un cielo gris. Lo miré nuevamente a los ojos. Me acerqué y lo besé. No puso resistencia. Cuando me separé de él, me dijo: puedes volver a recostarte si quieres; yo le soy fiel a mi puta.
Por Manuela Carcelén Espinosa
Dedicado a mi querido amigo Guillote que me sorprende con sus historias, su conocimiento, su eterna humildad (yo le soy fiel a las guillitas)
Parecía estar siempre sólo. Quizás lo estaba. Quizás los sábados.
Me atraían sus ojos profundos. Azules. Su piel entre canela y sucia. Desde una esquina lo miraba durante horas; él no se movía. Empezaba a dar vueltas, me arremangaba la falda que traía puesta y que a duras penas cubría mi culo. Él no sé percataba de mí.
Un día me cansé y fui directamente a esa banca. Empecé a hablarle y me miró. Uf - pensé - qué ojos del hijueputa. Cuánto costará perderse ahí.
Pronto regresó al cielo. Él escuchaba lo que le decía sin hacer ningún gesto. Yo no pensaba.
En mitad de mis palabras interrumpió y dijo: acuéstate a mi lado, tal vez si estamos cerca podamos mirar las mismas cosas. Yo lo hice, pero intenté tener otra perspectiva así que puse mi cabeza del lado de sus pies. Era verdad, el cielo cubría todas las palabras, personas, ciegos, sordos, mudos. A mí.
Después de dos horas me levanté algo mareada. Él extendió su mano. Me dio un cigarrillo. Lo prendí despacio mirando como el humo iba tomando las formas de las nubes de un cielo gris. Lo miré nuevamente a los ojos. Me acerqué y lo besé. No puso resistencia. Cuando me separé de él, me dijo: puedes volver a recostarte si quieres; yo le soy fiel a mi puta.
Por Manuela Carcelén Espinosa
Dedicado a mi querido amigo Guillote que me sorprende con sus historias, su conocimiento, su eterna humildad (yo le soy fiel a las guillitas)
2 comentarios:
puta texto, meo.
no creas todo lo que aparenta... a veces resulta ser bastante desconsiderado...
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