Yo no creo en las brujas, pero que las hay, las hay. Mi suegra es una. No es que mi remita al chiste fácil, pero la señora en cuestión vivía de sus adivinanzas hasta hace año. Irma tenía a todo el barrio en su agenda, incluso se había dado el lujo de no atender los fines de semana. Eso sí, contaba con un número de emergencia por si a alguno de sus clientes le urgía un “acompañamiento “, como decía.
Muchas veces con mi mujer hablamos del asunto, yo entre burlas y risas y ella con respeto y recelo. Llegamos al acuerdo de no sacar el tema porque siempre terminábamos enojados.
Pero a mi suegra le empezó a ir mal en el negocio hace más o menos un año. Las cuentas se le atrasaron, las deudas reflotaron y como es viuda – Dios tenga en la gloria al pobre de Raúl – a mi esposa se le ocurrió la feliz idea de traerla a vivir con nosotros. Claro, al principio me cayó como un balde de bosta caliente, pero tuve que aceptar. Por los chicos dije.
Desde entonces Irma deambula entre nosotros. Y cuando digo deambula no exagero. Por supuesto nunca trabajó, no contribuye en la casa, no podemos contar con ella para que cuide de vez en cuando a mis hijos, ni siquiera habla. Es un zombi que anda con ojos neuróticos esperando un infarto en cualquier momento. Como la situación no mejoraba, mi mujer propuso llevarla a un loquero. Esos que ahora están tan de moda. Pese al gasto que nos daría, otra vez acepté. Había que explicarle nada más que iríamos a consultar al especialista.
Me senté en la sala, ella miraba a la nada mientras se frotaba las manos compulsivamente. Antes de empezar a hablarle me ganaron sus palabras.
“No estoy loca. Quiero que lo sepas. Estoy un poco nerviosa nada más. He visto cosas que no se bien como explicar y el motivo de mi silencio es para protegerlos. Te agradezco este tiempo en el que me diste casa y comida, pero ya queda poco.
No hables. Escuchá.
En febrero vino a verme una señora de ropas negras. Quería que le tirara las cartas. Le ofrecí además leerle las manos, pero dijo que con el tarot estaba bien. Cuando cortó el mazo me dispuse a leerle la suerte, pero para mi sorpresa cada carta que daba vuelta era igual a la anterior. Todas iguales. Algo totalmente imposible. En mi desesperación, di vueltas las demás excepto un montoncito que estaba más alejado del resto. La mujer me miraba con una media sonrisa. Cínica, irónica.
Me dijo que en cuanto terminara de dar vuelta la última, ella me llevaría a los bajos infiernos. Quedé petrificada y sin más, se levantó y se fue.
Las cartas siguieron ahí por un tiempo que no puedo calcular. Finalmente tomé las que quedaban y desde entonces las llevo conmigo. Nunca las vi.
Sin embargo, esta mujer se me aparece, me llama, me asusta, me quiere con ella. Se que me necesita, me busca y he decidido acompañarla. Así que no será necesario el psicólogo. Ahora andá y contale a mi hija lo que te dije”
Sentí miedo, de esos que se confunden con el pavor, como cuando soñé que el diablo me suspiraba en la nuca. Inmediatamente y sin contestarle me levanté y fui a cobijarme en los brazos de mi mujer. Me costaba hablar, pero ella me tranquilizó. “Hay que llevarla a un especialista urgente. Mañana mismo nos ponemos en campaña”, le dije y ella asintió.
Mi suegra no se murió ni se fue. Sigue tan loca como siempre.
Sin embargo el problema es que ahora esa vieja de ropas negras, que la llevó a la locura, anda por la casa. Yo la he visto, hago como que no está, pero se que ella sabe que la veo.
No sólo está en mi casa, la vi en lugares que parecen no tener conexión alguna. Se mueve como quiere, camina siempre cínica e irónica, como dijo mi suegra.
Esa mujer de cara arrugada y mirada siniestra anda por todos lados, se mete donde quiere. Hay libros que hablan de ella, estoy seguro que es ancestral. Ella y sus ropas negras.
No, no estoy loco. Sólo escribo esto para proteger a los demás, para contarles. Para que tengan cuidado.
Muchas veces con mi mujer hablamos del asunto, yo entre burlas y risas y ella con respeto y recelo. Llegamos al acuerdo de no sacar el tema porque siempre terminábamos enojados.
Pero a mi suegra le empezó a ir mal en el negocio hace más o menos un año. Las cuentas se le atrasaron, las deudas reflotaron y como es viuda – Dios tenga en la gloria al pobre de Raúl – a mi esposa se le ocurrió la feliz idea de traerla a vivir con nosotros. Claro, al principio me cayó como un balde de bosta caliente, pero tuve que aceptar. Por los chicos dije.
Desde entonces Irma deambula entre nosotros. Y cuando digo deambula no exagero. Por supuesto nunca trabajó, no contribuye en la casa, no podemos contar con ella para que cuide de vez en cuando a mis hijos, ni siquiera habla. Es un zombi que anda con ojos neuróticos esperando un infarto en cualquier momento. Como la situación no mejoraba, mi mujer propuso llevarla a un loquero. Esos que ahora están tan de moda. Pese al gasto que nos daría, otra vez acepté. Había que explicarle nada más que iríamos a consultar al especialista.
Me senté en la sala, ella miraba a la nada mientras se frotaba las manos compulsivamente. Antes de empezar a hablarle me ganaron sus palabras.
“No estoy loca. Quiero que lo sepas. Estoy un poco nerviosa nada más. He visto cosas que no se bien como explicar y el motivo de mi silencio es para protegerlos. Te agradezco este tiempo en el que me diste casa y comida, pero ya queda poco.
No hables. Escuchá.
En febrero vino a verme una señora de ropas negras. Quería que le tirara las cartas. Le ofrecí además leerle las manos, pero dijo que con el tarot estaba bien. Cuando cortó el mazo me dispuse a leerle la suerte, pero para mi sorpresa cada carta que daba vuelta era igual a la anterior. Todas iguales. Algo totalmente imposible. En mi desesperación, di vueltas las demás excepto un montoncito que estaba más alejado del resto. La mujer me miraba con una media sonrisa. Cínica, irónica.
Me dijo que en cuanto terminara de dar vuelta la última, ella me llevaría a los bajos infiernos. Quedé petrificada y sin más, se levantó y se fue.
Las cartas siguieron ahí por un tiempo que no puedo calcular. Finalmente tomé las que quedaban y desde entonces las llevo conmigo. Nunca las vi.
Sin embargo, esta mujer se me aparece, me llama, me asusta, me quiere con ella. Se que me necesita, me busca y he decidido acompañarla. Así que no será necesario el psicólogo. Ahora andá y contale a mi hija lo que te dije”
Sentí miedo, de esos que se confunden con el pavor, como cuando soñé que el diablo me suspiraba en la nuca. Inmediatamente y sin contestarle me levanté y fui a cobijarme en los brazos de mi mujer. Me costaba hablar, pero ella me tranquilizó. “Hay que llevarla a un especialista urgente. Mañana mismo nos ponemos en campaña”, le dije y ella asintió.
Mi suegra no se murió ni se fue. Sigue tan loca como siempre.
Sin embargo el problema es que ahora esa vieja de ropas negras, que la llevó a la locura, anda por la casa. Yo la he visto, hago como que no está, pero se que ella sabe que la veo.
No sólo está en mi casa, la vi en lugares que parecen no tener conexión alguna. Se mueve como quiere, camina siempre cínica e irónica, como dijo mi suegra.
Esa mujer de cara arrugada y mirada siniestra anda por todos lados, se mete donde quiere. Hay libros que hablan de ella, estoy seguro que es ancestral. Ella y sus ropas negras.
No, no estoy loco. Sólo escribo esto para proteger a los demás, para contarles. Para que tengan cuidado.
Por Laura Brizuela.
2 comentarios:
buen cuento!!!
yo no se escribano, yo so cirujano!
me gusta esta ondade cuentos, segui asi.
angel
q bueno el relato!...
un saludo :)
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