Llevo días sin poder escribir. Me siento frente al papel, así tan blanco, y me nublo, me opaco. Empiezo a crear historias simples sobre personajes que se hunden en el sexo descontrolado y luego corren por las calles, vacíos de sí mismos y cuando están frente a un abismo, no sé que más escribir.
Entonces aburrida cierro todo y olvido que necesito de las palabras. Sin embargo, durante el día nuevamente siento que mi garganta y mi pecho comienzan a estrecharse tanto que por momentos pierdo el aire y la consciencia. En principio, no sabía a que se debían estos síntomas y pensaba incluso en visitar a un loquero, pero cuando mis manos buscaban como locas un lápiz, un papel fui comprendiendo que pasaba por mí.
Después fui buscando a la música que llena ese espacio entre las venas y los músculos y me hace temblar; así intentaría dejarme llevar por la notas para convertirlas en letras y ellas y yo podamos estar en paz.
Nada funciona.
Regreso a mis personajes que largo tiempo están descuidados y empiezo a cambiar sus historias. Ahora aquella que se enamoró del vagabundo tendrá que pagar caro su dolor y su amor. Regresará por sus madrugadas a los días de aquel que a través de los azules la mandó a un mundo perdido entre dulce y exageradamente amargo. Y cuándo lo vuelve a ver frente al sol… no sé que más escribir.
Cuando estoy entre sueños vienen, a mi cabeza historias con comienzos buenos pero con finales mejores y voy pensando que pronto regresaré a la escritura, pero no es así. Cuando despierto no recuerdo nada y la indignación me arrebata.
Hoy sigo sin poder escribir. Los días son largos y las noches amargas. Espero que las letras dejen de esconderse de mí y me permitan seguir.
Por Manuela Carcelén Espinosa
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