Es contadora. Nueva empresa, nuevo puesto y desafíos. Estaba entusiasmada.
Y lo vio.
En escasos segundos analizó el cuerpo debajo del traje, el pelo despeinado, la barba perfectamente crecida y la mandíbula firme. En cuanto se ocupaba de requisar su mirada, Ezequiel la percibió.
Los amores de oficina nunca funcionan, le habían dicho miles de veces. Por eso ella siempre en cada trabajo tenía uno nuevo para demostrar la sabiduría de esas palabras.
Esta vez, la presa parecía difícil, pero el empeño y el sacrificio la hizo ganadora.
Lo que ella desconocía es que Ezequiel era un hombre con una enorme debilidad por las mujeres. Mariela le gustó inmediatamente y cada día se sentía más atraído, pero no quería hablar de compromisos ni cosas raras y suponía que ella lo entendía.
Lo único que entendía Mariela es que estaba pasándola muy bien y que evidentemente estaban construyendo una relación. Se veían varias veces por semana, fuera del trabajo, hacía el amor el ochenta por ciento de ese tiempo y el veinte restante no importaba.
Se esmeró en ser atenta y amorosa. Todo andaba de mil maravillas hasta que lo encontró en el escritorio del jefe penetrando a la secretaria del mismo, a la hora del almuerzo. Casi inaudible dijo perdón por la intromisión y salió. Al otro día, después de haber llorado la decepción, lo enfrentó, el lo negó, pero se acordó que ella lo había visto y arremetió con que de todas formas “vos no sos mi novia” y se fue dejándola sola, rumiando la bronca.
Pasaron las semanas y Mariela descubrió otras aventuras de su querido. Comprendió que había estado con un idiota y lo ignoró por completo. Rechazó fantasear con él y evitó encontrárselo siquiera.
Él se sintió solo. Recordaba el sexo, las risas, las conversaciones. Realmente le gustaba Mariela, pero no quería ir tan rápido. Entonces le propuso, vía mensaje de texto, sentarse a hablar. La extrañaba. Hacía un tiempo que no sabía nada de ella. La había visto pasar por Tesorería y sintió deseos de tocarla de nuevo.
Ella recibió el mensaje y las ganas de matarlo.
Y se acordó de una frase de Baudelaire que una vez alguien le dijo: Jamás es excusable ser malvado. Pero hay cierto mérito en saber que uno lo es.
Después habría tiempo para aclararle al infeliz que el mensaje se trataba de un pequeño chascarrillo.
Por Laura Brizuela
Y lo vio.
En escasos segundos analizó el cuerpo debajo del traje, el pelo despeinado, la barba perfectamente crecida y la mandíbula firme. En cuanto se ocupaba de requisar su mirada, Ezequiel la percibió.
Los amores de oficina nunca funcionan, le habían dicho miles de veces. Por eso ella siempre en cada trabajo tenía uno nuevo para demostrar la sabiduría de esas palabras.
Esta vez, la presa parecía difícil, pero el empeño y el sacrificio la hizo ganadora.
Lo que ella desconocía es que Ezequiel era un hombre con una enorme debilidad por las mujeres. Mariela le gustó inmediatamente y cada día se sentía más atraído, pero no quería hablar de compromisos ni cosas raras y suponía que ella lo entendía.
Lo único que entendía Mariela es que estaba pasándola muy bien y que evidentemente estaban construyendo una relación. Se veían varias veces por semana, fuera del trabajo, hacía el amor el ochenta por ciento de ese tiempo y el veinte restante no importaba.
Se esmeró en ser atenta y amorosa. Todo andaba de mil maravillas hasta que lo encontró en el escritorio del jefe penetrando a la secretaria del mismo, a la hora del almuerzo. Casi inaudible dijo perdón por la intromisión y salió. Al otro día, después de haber llorado la decepción, lo enfrentó, el lo negó, pero se acordó que ella lo había visto y arremetió con que de todas formas “vos no sos mi novia” y se fue dejándola sola, rumiando la bronca.
Pasaron las semanas y Mariela descubrió otras aventuras de su querido. Comprendió que había estado con un idiota y lo ignoró por completo. Rechazó fantasear con él y evitó encontrárselo siquiera.
Él se sintió solo. Recordaba el sexo, las risas, las conversaciones. Realmente le gustaba Mariela, pero no quería ir tan rápido. Entonces le propuso, vía mensaje de texto, sentarse a hablar. La extrañaba. Hacía un tiempo que no sabía nada de ella. La había visto pasar por Tesorería y sintió deseos de tocarla de nuevo.
Me aceptás un café dsp del laburo? Quiero verte
Ella recibió el mensaje y las ganas de matarlo.
Nos vem a las 7 en la puerta. Tenemos que hablar de nuestro hijo.
Y se acordó de una frase de Baudelaire que una vez alguien le dijo: Jamás es excusable ser malvado. Pero hay cierto mérito en saber que uno lo es.
Después habría tiempo para aclararle al infeliz que el mensaje se trataba de un pequeño chascarrillo.
Por Laura Brizuela
2 comentarios:
ah, ok, chascarrillo = chiste.. jajaja
tive q buscar essa - quase perco o final por isso.. jeje
adorei!
besos
Jaja! En realidad "chascarrillo", acá es una palabra que casi ni se usa. Casi me animaría a decir que es de viejas, pero no quiero herir a las viejas que nos leen, ja!
Besoos!
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