De las dieciocho horas que tiene para vivir, entre doce y catorce trabaja. Una, capaz usa para ir regularmente al gimnasio y el resto se le va en el viaje que lo lleva y trae a su casa. Es joven y deseable. Sabe que varias chicas lo pispean, lo observan. Alguna osada se atreve a hacerle algún chiste insinuante o incluso buscar un tropezón. Tiene pruebas de ello e intuye que más de un par fantasea con él. Sin embargo, no le interesa. No le mueven un pelo. Rodrigo se considera un ser solitario, metódico y serio.
Algunos de sus compañeros, envidiosos por naturaleza pero que callan tal falencia, pretenden codearse con él por sus buenas relaciones con los capos, con los ejecutivos, con los que deciden y llevan la batuta. Él se sabe poderoso en ese ambiente. Y por eso es indiferente a todo y a casi a todos y todas. Trabaja mucho y vive estresado, cansado, pero la ambición puede más y continúa.
El amor lo desencantó siempre. No tuvo suerte. Cree difícil enamorarse, no es que no sea posible pero lo ve lejano. Por eso, tal vez, su indiferencia o frialdad, o las dos cosas.
Pero a la vida le encanta cagarse de risa de uno. Ponernos en ridículo, se empeña en ese método de enseñanza. Fue así que bajo este prelado apareció Sofía.
De sólo verla le gustó. Le gustó el cuerpo, la sonrisa, el pelo y sobre todo cómo camina. Como si nada le importara, como si ella estuviera en otro lado cada vez que pasa cerca, como reina y señora del mundo y del cosmos.
Sofía ama amar. Siempre tiene novio, amantes, coqueteos, insinuaciones y amigos con esporádicos derecho a roce. No tiene culpa y vive. Aunque no comenta sus amoríos, todo el mundo susurra por lo bajo con quien salió, cómo fue y con cuantos se debe haber acostado. La fama ahora le quedó muy grande, pero a ella le da lo mismo.
Rodrigo piensa en ella, pero no sabe como acercarse. Ella no entiende las señales. Esas putas señales. No entiende que la sonrisa de él, es la muestra de una profunda admiración, no comprende que esa pregunta idiota fue una excusa, que ese chiste era sólo para que ella riera. Ella no se percata. No tiene ni idea de cuánto él la piensa y cómo le cuesta.
Rodrigo se desespera, trabaja menos, rinde poco y toma mucho café. Hasta que finalmente pierde la batalla. Se retira del juego. Piensa que está perdiendo demasiado como para poder seguir con ese ritmo. Pide que lo pasen a otro lado. Se va.
Algunos de sus compañeros, envidiosos por naturaleza pero que callan tal falencia, pretenden codearse con él por sus buenas relaciones con los capos, con los ejecutivos, con los que deciden y llevan la batuta. Él se sabe poderoso en ese ambiente. Y por eso es indiferente a todo y a casi a todos y todas. Trabaja mucho y vive estresado, cansado, pero la ambición puede más y continúa.
El amor lo desencantó siempre. No tuvo suerte. Cree difícil enamorarse, no es que no sea posible pero lo ve lejano. Por eso, tal vez, su indiferencia o frialdad, o las dos cosas.
Pero a la vida le encanta cagarse de risa de uno. Ponernos en ridículo, se empeña en ese método de enseñanza. Fue así que bajo este prelado apareció Sofía.
De sólo verla le gustó. Le gustó el cuerpo, la sonrisa, el pelo y sobre todo cómo camina. Como si nada le importara, como si ella estuviera en otro lado cada vez que pasa cerca, como reina y señora del mundo y del cosmos.
Sofía ama amar. Siempre tiene novio, amantes, coqueteos, insinuaciones y amigos con esporádicos derecho a roce. No tiene culpa y vive. Aunque no comenta sus amoríos, todo el mundo susurra por lo bajo con quien salió, cómo fue y con cuantos se debe haber acostado. La fama ahora le quedó muy grande, pero a ella le da lo mismo.
Rodrigo piensa en ella, pero no sabe como acercarse. Ella no entiende las señales. Esas putas señales. No entiende que la sonrisa de él, es la muestra de una profunda admiración, no comprende que esa pregunta idiota fue una excusa, que ese chiste era sólo para que ella riera. Ella no se percata. No tiene ni idea de cuánto él la piensa y cómo le cuesta.
Rodrigo se desespera, trabaja menos, rinde poco y toma mucho café. Hasta que finalmente pierde la batalla. Se retira del juego. Piensa que está perdiendo demasiado como para poder seguir con ese ritmo. Pide que lo pasen a otro lado. Se va.
- ¿Viste que a Rodrigo lo cambiaron de sector?
- Si. Qué pena.
- ¿Por? ¿Te gustaba?
- Si y estoy casi segura de que yo a él. Ahora voy a tener que ir a visitarlo, a ver qué onda. Pero yo con esta duda… No me quedo.
El pobre Rodrigo, no sabe que la vida enseña como enseña...
Por Laura Brizuela
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