El síndrome de persecuta, o sea perseguido. El diccionario de
Mi definición es más básica. Los que padecemos este síndrome, intentamos tomar todas las precauciones necesarias para estar siempre a salvo, en base a esta premisa desconfiamos de todo y de todos. Las ideas más inéditas rondan nuestras cabecitas mal pensadas y lo más normal y natural son pruebas tajantes de que alguien quiere sacarnos provecho.
Al abrir un chicle, como los Beldent, el persecuta siempre piensa internamente que el polvo que tiene la golosina para que no se pegue al envoltorio, podría ser droga. Pero suele descartar la idea cuando después de unos minutos de mascarlo no observa efecto alguno.
Si es una dama que sale a bailar y algún interesado caballero se ofrece a invitarle un trago, instantáneamente desconfía. Sus ojos se vuelven achinados y suspicaces, espera con sigilo que el posible agresor se ponga de manifiesto “¿Y si pone algo dentro de la bebida con intenciones maléficas?”
Otra: Jamás hay que sacar la billetera en un kiosco. Esta es una regla suprema para evitar que un posible ladrón vea las tarjetas de créditos y los pesos que carga encima, por ende es siempre recomendable llevar un pequeño monedero con lo necesario para esa compra.
Ni hablar si uno camina por el microcentro. La cartera y los maletines debe estar siempre del lado opuesto a la calle, no vaya a ser que uno termine siendo víctima de los “motochorros” o de algún ladronzuelo de poca monta.
Crear un persecuta no es difícil, en verdad. Las madres suelen ser las mentoras por excelencia. “Ojo cuando cruzás, mirá para los dos lados 800 veces. No andes de noche por la calle. Movete en grupos, nada de andar sola. No me hagas preocupar que todos la terminamos pasando mal, bueno… más tarde te llamo” Si la madre persecuta llama y no encuentra al hijo/a las cosas se pueden poner muy densas. Primero hará un rastrillaje por toda la ciudad y al cabo de pocos minutos, tendré en vilo a toda la familia. Cuando uno llega contento a la casa, se encuentra con un mar de lágrimas y desesperación. Los reclamos son miles y no hay posibilidad de que entiendan que uno estaba en el cine y el celular se apaga en el cine…
Si bien el persecuta en esta instancia se queja de los controles, cuando ya no los padece, los hace padecer. Es la evolución del síndrome, nomás.
Nuestra querida televisión y el morbo por la sangre son alimento para esta clase de sufridos. Porque no se puede pesar que los persecutas la pasan bien.
Por Laura Brizuela
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