martes, 6 de noviembre de 2007

Los zapatos de tango

Está todo oscuro y los zapatos de tango descansan en su bolsa, ansiosos. La negrura del charol se pierde con la oscuridad del placar, parece que todo se mezcla, no saben en donde empieza uno y termina el otro. Están seriamente angustiados.
No comprenden que pasó, cual es la causa de tanto abandono, “Si nosotros siempre nos portamos bien”, reflexionan y conversan entre sí. No son ese tipo de zapatos rebeldes, nacieron mansitos, y además desde el primer momento sintieron un inmenso agrado por los pies de la dueña.Fabulan constantemente acerca de los motivos de su actual soledad.
Seguramente fueron reemplazados, pero ellos conocen las leyes del tango y saben que aún sirven, es más se consideran jovenes, todavía tienen muchas noches de milonga por adelante. ¿Qué habrá pasado? ¿Es que un capricho de la dueña hizo que se buscara otros más modernos? Por que ahora vienen esos llenos de lunares y colores, pero todo el mundo sabe que son ridículos. Ninguna señora bien puede bailar con semejantes cosas. En cambio ellos tienen clase, estilo, taco afilado y aroma de tango, evidentemente algo raro sucede.
Tal vez la dueña dejó de bailar, esa es otra opción. Pero la descartan en seguida. No conciben tal premisa. Se cansaron de escuchar decenas de veces el amor que la mujer le profesaba al tango, le juró amor eterno y eso no se olvida de un día para el otro. “No, otro cosa debe haber pasado”, concluyen pensativos.
Entonces, el temor más grande se hace presente: ¿Y si murió? Hace dos meses que no escuchaban ni su voz, tal vez había que empezar a imaginar lo peor.

Maria llegó a su casa. Dejó los bolsos en la sala. Con urgencia se descalzó. Corrió hasta el cuarto. Abrió el placard y sacó los zapatos de tango. No comprendía porque tenía esa necesidad emperiosa de ponerselos inmediatamente.


Por Laura Brizuela

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