
Como dije, mi primo ponía empeño en perturbar mi paz: me pegaba, me hacía bromas tontas, me acusaba de cosas que yo no había hecho, en fin... había logrado generar en mi una antipatía por él espectacular y por ende mi primera y memorable sed de venganza.
Mi familia y yo habíamos viajado hacia la casa de mi abuela para pasar las fiestas. Queríamos desesperadamente que ya llegara navidad y los regalos sobretodo. La pasabamos muy bien, los chicos jugábamos hasta el hartazgo, era una de las pocas veces que no había casi restricciones.La expectativa por lo que traía Papá Noel era enorme y nos turnábamos para espiar.
Mis hermanas y yo queríamos un bebote de esos que estaban de moda. Y suponíamos, en base a que habíamos sido buenas hijas, que no habría inconveniente en que esa noche demos a luz a nuestros ansiados bebés.
Los chicos querían lo típico también: pelotas, camisetas de sus equipos preferidos, juegos, autos, etc. Pero el que mayor entusiasmo aparentaba era, sin duda alguna, Rodrigo. Esperaba con emoción recibir un pista a control remoto. Era un regalo poco común en esos días, pero mis tíos le habían prometido que si pasaba de grado, iban a negociar con el barbudo.
Y estaba la pista. Lo sabíamos. La información era certera y el bobo andaba saltando de alegría por todos lados.Creí conveniente poner en marcha la lección que le quería dar. Y no sin sustos cumplí con lo que me propuse.
A la hora de abrir los regalos, la caja enorme de Rodrigo lo esperaba. Las manos le temblaban y torpemente la abrió para encontrarse con el contenido del obsequio: ropa de Javier, su hermano mayor, perfectamente doblada y acomodada dentro de la caja. Se quedó atónito, mudo y con las lágrimas detenidas en el tiempo. Y yo conteniendo la risa, mientras planeaba un plan de escape. Un silencio se apoderó de la sala.
Mi tía se dio vuelta y de un zancazo llegó hasta donde estaba el hijo.Hurgó en la caja y pegó un grito que hizo que toda la familia se diera vuelta, Rodrigo lanzó un alarido que dio paso a todo el llanto retenido. Mi pequeña venganza se convirtió en un asunto de Estado.La pista la había escondido debajo de la cama de la abuela.
Después de una hora de escándalo, confesé mi crimen. Me pasé el resto de la fiesta en penitencia. Rodrigo estaba callado. Se acercó a la cocina con la clara intención de asediarme. Lo miré y sin dudar le dije, bien mafiosa: “Esto es un aviso. La próxima vas a llorar de verdad”No me molestó más.Y ahora de grandes, el dice no recordar esa navidad.
1 comentario:
y tenias 7 años! no se puede creer... muy bueno. Haber tenido tu astucia en mi infancia! Muy divertido.
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