
Ella lo mira. Lo observa de lejos, de cerca no porque teme ser descubierta. Le gusta su sentido del humor y como mueve las cejas. No es el tipo de hombre que ella describiría como atractivo, sin embargo se sorprende extrañandolo e intentando llamar su atención.
Cada uno piensa que es mejor olvidarse de todo eso. Son compañeros de trabajo, y no es bueno mezclar las cosas. Y más aún cuando el está casado, con dos hijos y ella con novio.
Pero un día se encontraron en el ascensor. Subían al décimo piso. El rezó para que el ascensor se trabara y ella para que el tiempo se detuviera. Los dioses escucharon el pedido y les dio la oportunidad.
Después de sorprenderse por la concesión, tomaron coraje. El le acarició los labios y ella se los ofreció. En breves minutos el calor se apoderó de los cuerpos y no hubo otra opción que entregarse rapidamente. Se tocaron, se besaron, se expandieron y se dejaron caer al piso.
Cuando el ascensor se compuso, se acomodaron las ropas y se despidieron como si nada. De esto hace 5 días.
Hoy, él la mira, la observa. Quiere repetirlo y hacerlo con tiempo. No pasa nada, es sólo carnal.
Ella por su lado, lo evita, siente vergüenza. Quiere olvidarse porque teme estar enamorándose.
Por Laura Brizuela
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