domingo, 10 de febrero de 2008

Una cajita

Cansada. Estaba muy cansada. Casi arrepentida de haber salido esa noche. Y la anterior y la otra. Mi cansancio se trasformaba lentamente en mal humor. Lo controlaba medianamente, pero mis expresiones lo evidenciaban.
Cacé el mp3 y me aislé instantáneamente. Todas las pavadas que se hablaban en el trabajo me molestaban. ¡Qué de banalidades dice la gente, todo intrascendente, superficial, estúpido!
Sólo miraba, no escuchaba nada y si veía que me miraban, decía que si - mueca de por medio – sin saber a que asentía.
Hasta que la recepcionista, como en una película muda, comenzó a llamarme. Me quité los auriculares y me dijo, evidentemente irritada, que me había llegado un paquete a la oficina. Muy extraño.
Se trataba de una caja forrada con un papel de regalo de mala calidad, con colores chillones y brillosos. La abrí. Era una caja de Marroc. Unos chocolates exquisitos, que forman parte de mi lista de cosas placenteras en la vida.
Siento que los demás me miran. La curiosidad pudo más que las buenas formas y una chica, experta en poner a prueba mi tolerancia, hace la pregunta del millón: “¿Quién te lo mandó?”
Le digo que no lo sabía, que no había tarjeta y rápidamente huí de la escena. Me refugié en mi escritorio y pensé en que hermoso detalle tuvo Pedro. Me siento enamorada.
Hubiera sido mejor que me escribiera algo. Un papelito con su letra, que dijera algo como “Me gusta estar con vos” o “¿Hacemos algo hoy?”. Nada comprometedor, porque nos estamos conociendo, pero al menos, una tarjeta...
Me causa gracia. El detalle fue divino, que importa que no tenga tarjeta. Me encanta y me encanta Pedro.
Mi humor se transformó. Ahora sonreía y ya mis compañeros no me parecían tan imbéciles. Sigo cansada, pero quiero estar linda para cuando lo vea, así que pienso en comprarme ropa, ir a la peluquería, hacerme las uñas, maquillarme bien. Planeo mi tarde para culminar con la noche. Me entusiasmaba a medida que seguía pensando.
Cuando estaba en medio de todas mis cavilaciones, suena el celular. ¡Era Pedro! De la emoción, no lo dejé hablar. Le agradecí los chocolates, le dije como me habían gustado, que fue muy atento, que justo ese día fue tremendo, que esto y lo otro.
“No, yo no te mandé nada”, me dijo con voz grave.
Me quedé callada. Silencio.
No sabía que decir.
“Bueno, hablamos más tarde”, me dijo él finalmente.


Estaba intrigadísima. Pero no sabía de quien sospechar. O sea, que tenía un admirador por ahí, dando vuelta…
Cuando llegué a mi casa, me encontré con la siguiente nota en la puerta de mi casa.

Torito querida:
Fui al dentista y me di una vuelta a ver si de paso te encontraba en tu casa. ¿Que te parecieron los Marroc? Cómo no estabas, te mandé una moto con la cajita al trabajo.¿Te gustaron hijita? Espero que sí, yo ya tengo mi caja también.
Bueno, nena, te llamo a la noche.
¡Besos!

Mamilinda

Por Laura Brizuela

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