Ellas no son las únicas

Cansado de mi mala racha con las mujeres decidí tomar el toro por las astas y cambiar mi suerte.

Y así conocí a Pamela. Linda, ocurrente y divertida. Todo marchaba sobre rieles.

Habíamos salido un par de veces, a tomar algo a lugares muy lindos, de moda y caros. Y otras tantas a cenar. Quería impresionarla e intenté hacer todo lo que un hombre hace. En verdad, todo lo que a las mujeres les gusta que los hombres hagamos, aunque se nos olviden esos detalles casi siempre.

Por eso le abrí la puerta del auto, le corrí la silla de la mesa del bar, en la vereda, la hice caminar del lado de la casas protegiendola de los autos. La escuchaba atentamente, aunque no me interesara en absoluto lo que decía y estuviera pensando a que hora era el partido de Boca. Le regalé alguna boberías, como flores y golosinas. Me porté como un verdadero caballero y el premio no se hizo esperar.

Al principio se portó tímida en la cama, pero después me sorprendió gratamente.

Volví a ser un caballero y la abracé, la escuché y me demoré una hora para quedarme dormido.
Ella parecía contenta conmigo, hasta había planeado un viaje. No me desagradó la idea, pero no estaba muy seguro de que yo quisiera hacerlo. Me revelé. Le inventé excusas y no fuimos.

Empecé a ser yo. Y los modales que a ella tanto la habían cautivado, ya no me salían tan seguido, no a propósito, sino que simplemente comencé a ser yo mismo.

No le gustó.

Y me dejó por un dentista que tiene los dientos chuecos. ¿Alguna vez alguien vio un dentista con los dientes chuecos? Bueno, el único que existe empezó a salir con Pamela porque yo dejé de abrirle la puerta del auto.

Ahora sigo con la mala racha. La única que me interesa y que no me jode por ser como soy, es una mujer imposible para mi. Ya me resigné a no tenerla nunca y creo que empiezo a creer que el precio de ser honesto es la soledad.

Aún no estoy seguro de poder mentir todo el tiempo. No quiero sonar depresivo, pero ya tengo 40 años y soy solo.

Por Laura Brizuela.