viernes, 7 de marzo de 2008

La inaguantable levedad del ser

Calor, sol, arena y mar. El viento sopla fuerte y atenúa el ardor de mi cuerpo. La sensación es cálida y placentera. Pienso, medito, observo, pero no puedo evitar sentir urgencia en escribir. Si tan sólo tuviera mi máquina aquí mismo…

Él me habla divertido, entra y sale del mar como si fuera un nene que pisa la playa por primera vez. Le festejo la alegría, pero siento tanta nostalgia de las palabras y de las teclas que se empaña el momento. Las historias me golpean la cabeza. Tienen que salir, de alguna forma. Temo olvidarlas y que me olviden. Mucho por contar, nuevos dialogos, gente nueva y pensamientos que empiezan a atormentarme. Necesitan libertad y yo desahogarme.
Convoco a la paciencia y decido leer. En Buenos Aires escribiré tranquila. “No pasa nada”, pienso para mis adentros.

De vuelta en mi hábitat y en frente de mi vesícula, no se por donde empezar. Es tanto, que me siento rebalsada, un poco impotente, otro tanto inconforme y algo estúpida. Ahora sólo deseo volver al calor, al sol, a la arena y el mar. Y sobretodo a festejar la alegría de mi amor.


Por Laura Brizuela

1 comentario:

Anónimo dijo...

La incorfomidad inherente al ser humano.
Muy bueno, saludos!