lunes, 21 de abril de 2008

Mi lugar

El Blanco ciego me rodea. Entre tanta palidez resaltan cuatro cuerpos que no se distinguen con facilidad; unos limones, amarillos, verdes y alegres me miran desde las alturas.

Hay piernas para todos los gustos: negras, plateadas, cafés, flacas, largas, gordas, curvas, estáticas y algunas inquietas. Todas desempeñan su trabajo de la mejor manera, pero siempre hay alguna que se rebela y me niega sus servicios.

Las Negras están en pareja; sin quejas, sin líos, con un peso a colores encima y muchas cosas para leer; algunas buenas y otras no tanto, pero a ellas les gusta mirar las fotos que están impresas en papel. Las digitales les parecen muy modernas y poco cercanas.

Las Plateadas siempre se molestan porque sobre ellas esta una Pieza entre rosada y amarilla que no es amigable. Está sin hablar, tiesa y no quiere tener ninguna relación. Ellas no se dan cuenta qué Pieza está cansada de que sobre ella pasen todos, sin mirarla si quiera. Películas, discos, libros, cables, una laptop, mucha comida. Manos conocidas y extrañas siempre la están molestando.

Otras Plateadas más flaquitas se llevan bien con el naranja. Siempre se muestran dispuestas a soportar los pesos de otros, como si sintieran que más que su función es su deber.

Las Cafés son las que llevan el peor papel en la historia. Ellas quieren estar juntas, pero un destino azul y algo acolchonado las separa. Siempre se dan modos para que las vuelva a juntar. Armo y desarmo su vida, como lo hago generalmente con todo lo que me rodea. Las acerco, las separo, las muevo y cada tanto me desquito con ellas mis arrebatos psicológicos. Desde hace un tiempo están ansiosas porque saben que su destino se va a convertir en morado. ¿Será que extrañan al azul?

Algunos Pilares negros se sienten cómodos con su trabajo. Mantener entre sus manos algo de conocimiento, de alegría, de tristeza, de filosofía, de banalidades, de todo un poco les parece interesante o por lo menos entretenido.

Un Montoncito rojo, un poco destartalado, ha sufrido varios accidentes. A pesar de eso sigue en pie recibiendo cada papel que se me ocurre ponerle encima. Siempre está perfumado con aromas a limón, pachuli, sándalo o cualquiera que le ofrezca.

Todas estas piernas tienen algo en común. Se ponen celosas de mi trato diferencial con una de mis hijas. Mariana, tan verde, tan pura. Está quietita esperando que le regale un poquito de amor, y algo de agua también. Ella no tiene envidias, porque no mira que en otros mundos tengo otras hijas, a las que les doy un amor igual de grande que a ella.

A pesar de esta diversidad, o gracias a ella, tanto piernas como no piernas viven la fiesta en paz. Se quejan, se alegran, se incomodan, se relajan, pero sobre todo se dan para mí.

Por Manuela Carcelén Espinosa

No hay comentarios: