domingo, 20 de abril de 2008

Delicias del noviazgo

Si hay un tipo quilombero, ese es mi novio. Inmediatamente, ante la menor perturbación de su paz y la de la que los rodea, arma unos líos que dejan bien en claro que nadie jode con él.
A mí, en general - y eso que también soy de arranques fáciles - me da vergüenza y me quedo en el molde, por que sus reclamos me parecen muchas veces excesivos. Sin embargo, cuando considero que tiene razón, nos unimos al griterío y amenazas limpias poniendo en su lugar a algún estafador o vivo que quiera sacar provecho.
Como por ejemplo, cuando cual equipo fantástico puteamos todos los empleados de tres negocios de Christian Dior por que en las vidieras prometían en letras burdamente gigantescas, un descuento del 20% si uno gastaba 200 pesos. Resulta que había que gastar como mínimo 200 pesos y no había descuento ni que ocho cuartos, sino que los señoritos emitían un vale de ese 20% para una nueva compra.
En ese primer local, llamamos a los encargados, a Defensa del Consumidor y por poco al mismo Christian. Finalmente nos fuimos, pero como cerca había más negocios, mi novio, me dice con una sonrisa: "¿Vamos al próximo para ver que pasa?". Y así les cagamos el día a dos negocios más.
Pero ayer a la noche, la situación me sobrepasó. Y me pasé las dos horas que duró todo, fumando lo que no fumé en toda la semana, yendo de un lado por otro y rezandole Dios, a todos los entes y a la suerte que nos ayudara.
Como es bien sabido, en Palermo "Hollywood" es imposible estacionar un sábado. Queríamos ir a cenar, pero se nos complicaba. No había un mísero hueco en el que entrara el golcito. Hasta que finalmente sobre Juan B Justo, esquina Cabrera, encontramos uno. Y allí nos bajamos, contentos con el éxito.
Cuando mi amado se encaminaba hacía mí, aparece de la nada un pibito de unos 20 años, exigiendonos diez pesos y las llaves del auto. ¡Las llaves del auto! Cuando el chico terminó de decir esas palabras, se desfiguró la cara de mi novio, los ojos se le abrieron preparados para devorarlo y las frases comenzaban a brotar incontenibles de su boca.
El pendejo seguía insistiendo en que le dejáramos la llave, por que el era "valet parking" del boliche de mitad de cuadra y hasta los comisarios le dejaban los patrulleros con armas y todo.
La cosa se empezó a poner ácida y mi adorado, que tiene una leve predisposición por convocar a la policía, no dudó en llamar al 911.
El chabón nos patoteó y volvió a la oscuridad de la que había salido, diciendo que cuando venga la cana, que el estaba por ahí... para que vea que no arrugaba.
Pero como para hacer quilombos hay que hacerlos bien, en el medio de tanto enojo, a mi querido se le quedó la solicitada llaves adentro del coche. Y estaban cerradas todas las puertas.
"Mm... Qué cagada me mandé, no Laurita?", me dijo mientras mis ojos no aceptaban la estupidez.
Lo único que pensaba era que íbamos a tener que salir llevados por una grúa, mientras el pibito se atragantaba de la risa. (Yo, en su lugar, lo hubiera hecho)
"Bueno, pensemos.", le dije. Y en ese instante se le ocurrió buscar un fierrito largo para violar la puerta, que había quedado mal cerrada, pero cerrada al fin.
En lo mejor de la tarea, cuando mi querido estaba concentradísimo en intentar abrir a la condenada, llegó un patrullero. Ni lento, ni perezoso, lanzó el fierrito y les explicó a los canas las amenaza proferidas "por ese delincuente que se cree dueño de la calle".
Lo llamaron al pibe, que en pocas palabras se cagó todo y se desdijo en el 90% de las cosas que veinte minutos antes había dicho con tanta seguridad.
"Recibo una queja de ustedes, una vez más y te meto adentro, entendés?", le dijo el cana a cara de perro.
Mi triunfador había ganado una vez más. Ahora quedaba el tema de las benditas llaves adentro del auto. Sin pudor, les dijo a los oficiales lo que había pasado y ellos muy amablemente se ofrecieron a ayudarlo. Cazaron el fierrito y se pusieron a trabajar.
"Espere, espere oficial, que le muestro los documentos del auto y mio", le dice mi amor, hecho el serio.
"Claro... claro, muestreme", le dice uno de los policías.
Los canas y mi novio estuvieron manipulando la cerradura por una hora. Yo estaba dando vuelta por ahí, al lado el patrullero con los barrales y la gente que miraba como si hubieran estado buscando droga en el auto.
Los policías finalmente abrieron la puerta. Y nos fuimos.
Como ya era muy tarde, cerca de la una de la mañana, comimos en un restaurante medio pelo, pero al menos no dejamos de tener el quilombo de cada día. "Que no te falte nada", suele decirme mi querido, y así fue.

Por Laura Brizuela

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que anecdota por dios!!! La verdad es que no deja de ser divertida y pintoresca, vista de afuera claro esta!!! jajajaja!!! Han cumplido el sueño de mas de uno, que es quejarse por los traperos molestos. Algo es algo... :)