viernes, 27 de junio de 2008

En el décimo aniversario

Valeria era petiza, rellenita y de carácter alegre. De esas chicas que uno dice “es simpática” cuando preguntan si es linda . Hija única y de madre soltera, tenía a su abuela y a la vieja a su plena y entera disposición. Tengo que confesar que me daba un poco de envidia tanto servicio a su capricho. Mi realidad distaba mucho de ser como la de ella, con dos hermanas y dos hermanos pequeños. Pero Vale, en vez de ser esas chicas egoístas y malcriadas, era amiga, abierta y compinche.

Le encantaban mis histórias amorosas y yo, al contarlas, las exageraba sólo para ver su emoción y cuando volvía a la senda de la verdad, me rogaba que por favor les pusiera un poco de pimienta.

Cuando terminamos el colegio, hace diez años, empezó a buscar trabajo. Estaba decidida a no estudiar más. Su plan era sencillo: trabajar pocas horas, casarse con JuanMa, un chico que nunca se percató de su existencia y vivir con su madre y su abuela.

Estaba en eso, cuando la sombra se le cruzó.

El último día que nos vimos fue un jueves, ella vestía un enterito amarillo corto, unas medias naranjas y una remera del mismo color. Nos despedimos como siempre y acordamos vernos el lunes siguiente.

Ese viernes yo estaba con mi padre en el auto y él recibió una llamada a su celular. Yo percibí su perturbación, pero pensé inmediatamente que era por una cuestión de trabajo. Hasta que lo vi fumar. Eso me asustó.

Finalmente me lo dijo. Durante la noche, había estado internada. Un extraño virus se le metió en la sangre y le provocó un paro. A los 20 años.

Murió sin avisar, dejando a los médicos paralizados.

Quedé estupefacta y empecé a gritarle a mi papá que era mentira, que no podía ser, que yo la había viste ayer, que era mentira. Tenía que ser mentira.

Mi papá no me miraba, ni me hablaba. Los gritos me seguían saliendo de la boca hasta que el llanto se me coló en el alma y la respiración me empezó a faltar y ya no pude gritar. Sólo llorar. Me bajó la presión, y una tristeza enorme, negra y vacía se apoderó de mi.

Al llegar al velorio, aún tenía la esperanza de que hubiera un error, pero en esas cosas no hay cómo confundirse.

Decía bien claro en la lista de los que se velaban: Valeria González.

A veces me visita en sueños y yo siempre le digo lo mismo. “Vale, no tenés una puta idea de lo que te extraño”.

Por Laura Brizuela.

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