
Destilo silencios sabiendo que detrás de esa puerta está lo que deseo. Poco a poco y sin pensar regresa a mi mente ese recuerdo. Y mientras espero sentada en la acera que se limpie mi pasado miro pasar frente a mí los mejores disfraces de un carnaval. Sin aviso se cruza un payaso que no es tan triste como los demás. Me regala una sonrisa, me invita a ser parte del desfile, yo tengo miedo a entrar en escena.
Intento arriesgarme y ponerme una nariz roja para que ese temblor interno se pueda ocultar. Imagino que paseo por las calles festivas dibujando sonrisas, así la mía podría perdurar. Pienso en un clima claro que quite el vendaje de mis ojos y me permita ver la luz que hay más allá. Pido paciencia, esto no es fácil de realizar.
Trato de pensar en un futuro lleno de alegrías con acróbatas, magos, bailarinas y una carpa que se transformará en mi techo. Inflo globos y lanzo serpentinas para que el ambiente me contagie. Escucho a los mimos. Guardo sus consejos.
Los ojos del payaso sonriente me muestran un paraíso, me ofrecen el canto de los ángeles y yo titubeante no sé si debo cambiar mi acostumbrada oscuridad por algo con más color, con más vida, con más.
¿Debo aceptar sus promesas? ¿Debo resignarme a la tibies de mis latidos?
Si tuviera una señal, una pista que me indique que es lo que vendrá, sería más fácil unirme a la gran fiesta de quienes alegran la vida a los demás.
Intento arriesgarme y ponerme una nariz roja para que ese temblor interno se pueda ocultar. Imagino que paseo por las calles festivas dibujando sonrisas, así la mía podría perdurar. Pienso en un clima claro que quite el vendaje de mis ojos y me permita ver la luz que hay más allá. Pido paciencia, esto no es fácil de realizar.
Trato de pensar en un futuro lleno de alegrías con acróbatas, magos, bailarinas y una carpa que se transformará en mi techo. Inflo globos y lanzo serpentinas para que el ambiente me contagie. Escucho a los mimos. Guardo sus consejos.
Los ojos del payaso sonriente me muestran un paraíso, me ofrecen el canto de los ángeles y yo titubeante no sé si debo cambiar mi acostumbrada oscuridad por algo con más color, con más vida, con más.
¿Debo aceptar sus promesas? ¿Debo resignarme a la tibies de mis latidos?
Si tuviera una señal, una pista que me indique que es lo que vendrá, sería más fácil unirme a la gran fiesta de quienes alegran la vida a los demás.
Por Manuela Carcelén Espinosa
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