martes, 22 de julio de 2008

Oh my goood!

Eugenio me gustó desde el primer momento. Apenas lo ví me pareció una mente inteligentísima, un alma espectacular y un cuerpo admirable. Estaba impresionada.

El único problema era que yo tenía ocho años y el diecinueve. Aquel que diga que una nena de ocho años no se puede enamorar está muy equivocado. Yo lo sé. Nací enamoradome.

Me enamoré a primera vista del médico que me hizo nacer, luego de los vecinos, de los tíos y de los primos, de los actores y de los periodistas, de los escritores y los artistas. Me enamoraba de todos y fantaseaba con cada uno de ellos. Les era fiel y luego me olvidaba a quien le debía fidelidad, entonces empezaba de cero con otro nuevo amor.

Pero cuando Eugenio se apareció en la sala de mi casa, todos los demás quedaron inmediatamente en el olvido. Porque, con sus diecinueve años, Eugenio Batista Monserrat representaba todos los amores anteriores.

Era divertido, alegre y pícaro. Su sonrisa era preciosa, sus ojos verdes y su pelo lacio y negro. Me miraba compinche y aunque siempre me enfermaba que me acariciaran la cabeza, cuando él lo hacia, yo esperaba que no se detuviera. Eugenio era uno de los ayudantes de mi papá, el más querido, sin duda.

Cuando cumplí diez años nos mudamos muy lejos y mi amor tuvo que dejar de trabajar en la fábrica. Así sin más, lo dejamos de ver y mi corazón se partió por primera vez.

Cuando mi papá hacía los asados con los empleados, yo le preguntaba porque Eugenio no venía, y él me explicaba que simplemente no podía.

A los diecisiete me mudé a la capital. Era tiempo de la universidad y la aventura me emocionó. Conocí mucha gente interesante, pasé por varios corazones y otros tantos pasaron por mi.

Ya hace cinco años que me recibí y el trabajo se pone cada vez más exigente. Hoy me presentaron al nuevo jefe y casi me desmayo. Era Eugenio Batista Monserrat.

No me reconoció pero se quedó pensativo al escuchar mi nombre, hasta que finalmente se acordó y con una sonrisa gigante me estrechó la mano.

Él también está muy diferente, pero tiene la misma sonrisa de antaño, los mismos ojos. No puedo definir si me gusta o no. Pero el corazón me late de una forma estúpida cuando lo veo acercarse.

Por Laura Brizuela

4 comentarios:

Eduardo Betas dijo...

Qué lindo relato. Fresco, espontáneo... Me encantó que, más allá de ese final, como circular, me pareció un texto que tiene la duración exacta. No me preguntés porqué pero es como si no le faltara ni le sobrara una coma.

Ancladas en la brisa dijo...

Muchas gracias! Me acabás de dar un buen impulso.
Saludos!

Laura.

Anónimo dijo...

¿Está basada en un historia real? Porque conozco a la protagonista. "Nací enamoradome"...

Un beso!

CB dijo...

bonito.