Después de una noche de fernet mis rasgos amarillos comienzan a salir por las puntas de mis dedos y mis ojos apagados. Mi alma, que no tiene paz, se enfrenta a peores monstruos que los cotidianos. A veces parece que las consecuencias de los líquidos de mis dioses causaran en mí efectos contradictorios. Jolgorio, fiesta, mortalidad, discusión, nombres, vueltas, claridad mental, entristecimiento destapado.
Soplo la neblina que está ahí enfrente. Estiro los brazos buscando las ideas que me permitan anclarme, pero esos intentos solo se confunden con deseos y las nubes de mis ojos son cada vez más densas.
Boicoteo mis planes, es decir mi futuro, es decir mi presente, es decir mi mente, es decir mi alma, es decir mi ser.
Soplo la neblina que está ahí enfrente. Estiro los brazos buscando las ideas que me permitan anclarme, pero esos intentos solo se confunden con deseos y las nubes de mis ojos son cada vez más densas.
Boicoteo mis planes, es decir mi futuro, es decir mi presente, es decir mi mente, es decir mi alma, es decir mi ser.
Mi cabeza se pasea por sueños y sonríe. Despacio regresa a momentos inolvidables (agradables y no) que me dejan un efecto de saudade… esa palabra que se supone no tiene traducción, ni definición exacta en su propio idioma, pero que creo sé sentirla.
Y después, de nuevo, entre algodones me hundo buscando en un fondo el fondo. Ahí levanto la vista, pienso en los juegos neuróticos en los que suelo caer y me confirmo.
Entre las fibras intento escabullirme y me confirmo. Mis redes me tienen maniatada y me confirmo. Y cada vez que veo mi versión de la película, me confirmo.
Y después, de nuevo, entre algodones me hundo buscando en un fondo el fondo. Ahí levanto la vista, pienso en los juegos neuróticos en los que suelo caer y me confirmo.
Entre las fibras intento escabullirme y me confirmo. Mis redes me tienen maniatada y me confirmo. Y cada vez que veo mi versión de la película, me confirmo.
Por Manuela Carcelén Espinosa
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