
Vi tul. Tal vez porque mis ojos no querían vislumbrar esa luz que me esperaba después de un largo pasillo. Ellos, necios, se obsesionaban por seguir las huellas de la nada. Hoy se dieron cuenta. Hoy entendieron. Sin embargo sus aciertos les produjeron más confusiones. La parte que no lograron concebir es cómo ni por qué su dueña, es decir yo, estuvo un año junto a ese puto cuaderno que le escupía toda la tinta directo al rostro.
Yo, terca como soy, intentaba sacar aromas de un papel en blanco. Eso no era lo peor del caso sino que esas fibras ambulantes a la primera suerte que se les cruzaba en el camino, que quizás embellecía su anillado, saltaban flagrantes para mostrar ese ápice de mejoría a quienes no tenían el mismo destino.
Pero eso sí, las infames se mostraban tiritantes, sumisas, serviciales, lameculos ante cualquier otro cuaderno que demostrara (cierto o no), que su valor ante el público era mayor.
Yo pensaba que ese ser de origen vegetal de pronto podría sacar de sus adentros algo más que arribismo y desprecio por sus similares; por el mismo.
Mis ojos me reclaman que les haya quitado visibilidad, que los cubrí de tules, de nubes. Pero ellos no entienden que ese cuaderno, miserable como es, me dio por momentos destellos de luz. Instantes
Por Manuela Carcelén Espinosa
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