
La miré con odio. El sólo hecho de tenerla en frente mio, me irrita. Su modo altanero y su consciencia siempre convencida me molesta como nunca. Lo que en algún momento me había cautivado ahora me parece insoportable.
Diez años de concubinato dejaron su huella. Ya no sólo no la amo sino que la detesto profundamente. Siempre con quejas, con planteos y demandas. Así no se puede. Ningún hombre merece esto.
La volví a mirar. ¿Cómo puede ser que hayamos cambiado tanto? Ella cambió, no yo. Ella es la que dejó de ser la mina que me encantaba. Ella se convirtió en esa mujer que miro ahora con odio.
Quiero tenerla lejos, escaparle, dejarla, liberarme.
Pero después me acuerdo de los chicos y de que lo más probable es que ella se quede con ellos. Y no puedo. No puedo vivir sin mis hijos.
Ahora me mira enojada. Me pide que le conteste, que le diga a donde estuve anoche. Me grita y llora.
Pienso que tal vez tengo que decirle la verdad: que busco consuelo en otras piernas. Pero no creo que sume nada.
Se desespera y sigue gritándome cada vez más violentamente. Me lanza un plato y empieza a romper cosas. Todo lo que tanto me cuesta, lo rompe.
Yo no hago nada, la dejo romper. Nunca habíamos peleado tan fuerte.
Los chicos se acaban de levantar y nos miran desde la puerta de la cocina. Les pido que se vayan al cuarto, mientras comienzan a llorar.
Me insulta. Ahora soy un hijo de puta.
Grita más e intenta golpearme.
La detengo, pero ella sigue gritando. Se tira al piso y se hace una bolita, mientras casi se ahoga en llanto.
La abrazo, muy a pesar. No quiero que los chicos nos escuchen. La abrazo y le beso la cara, mientras en susurros le invento una historia para justificar la ausencia de anoche.
Ahora solloza. Hace un intento por creerme y al final intuyo que se convence.
La vuelvo a mirar, realmente la detesto. Me molesta. Quiero estar muy lejos de esta persona que ya no conozco.
Ella se queda callada, se limpia la cara. Y con voz quebrada me pide el divorcio.
Le digo que no, que podemos superarlo. Que nuestro amor puede con esto.
Ella me abraza y me dice cuanto me ama.
Yo sólo pienso en mis dos nenes y en la desgracia de tener que hacer todo este teatro.
Diez años de concubinato dejaron su huella. Ya no sólo no la amo sino que la detesto profundamente. Siempre con quejas, con planteos y demandas. Así no se puede. Ningún hombre merece esto.
La volví a mirar. ¿Cómo puede ser que hayamos cambiado tanto? Ella cambió, no yo. Ella es la que dejó de ser la mina que me encantaba. Ella se convirtió en esa mujer que miro ahora con odio.
Quiero tenerla lejos, escaparle, dejarla, liberarme.
Pero después me acuerdo de los chicos y de que lo más probable es que ella se quede con ellos. Y no puedo. No puedo vivir sin mis hijos.
Ahora me mira enojada. Me pide que le conteste, que le diga a donde estuve anoche. Me grita y llora.
Pienso que tal vez tengo que decirle la verdad: que busco consuelo en otras piernas. Pero no creo que sume nada.
Se desespera y sigue gritándome cada vez más violentamente. Me lanza un plato y empieza a romper cosas. Todo lo que tanto me cuesta, lo rompe.
Yo no hago nada, la dejo romper. Nunca habíamos peleado tan fuerte.
Los chicos se acaban de levantar y nos miran desde la puerta de la cocina. Les pido que se vayan al cuarto, mientras comienzan a llorar.
Me insulta. Ahora soy un hijo de puta.
Grita más e intenta golpearme.
La detengo, pero ella sigue gritando. Se tira al piso y se hace una bolita, mientras casi se ahoga en llanto.
La abrazo, muy a pesar. No quiero que los chicos nos escuchen. La abrazo y le beso la cara, mientras en susurros le invento una historia para justificar la ausencia de anoche.
Ahora solloza. Hace un intento por creerme y al final intuyo que se convence.
La vuelvo a mirar, realmente la detesto. Me molesta. Quiero estar muy lejos de esta persona que ya no conozco.
Ella se queda callada, se limpia la cara. Y con voz quebrada me pide el divorcio.
Le digo que no, que podemos superarlo. Que nuestro amor puede con esto.
Ella me abraza y me dice cuanto me ama.
Yo sólo pienso en mis dos nenes y en la desgracia de tener que hacer todo este teatro.
Por Laura Brizuela.
1 comentario:
Mierda. Que tristeza.
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