jueves, 21 de agosto de 2008

Volar con ruedas


Las ruedas giraban a tal velocidad que hubieran podido elevarse y volar entre las calles sino hubiera sido porque tenían algo así como 50 kilos sobre ellas.
Plomenio no dudaba en seguir pedaleando sin parar y con mayor potencia mientras escuchaba como las plumas metálicas de los otros tampoco se rendían. Se concentraba en no perder la lucha, en conseguir sus deseos, en seguir pedaleando.
Para sus oídos la carrera tenía de fondo siempre un mismo sound track. No le gustaba las notas que sonaban porque le parecían muy estridentes, pero le agradaba sentir que para él su vida misma no podía ser sin música.
Y por eso mismo su entrenador siempre le gritaba en mitad de las competencias: "no le sigas a la música, Plo, no le sigas".
Si continuaba con esa velocidad constante y arremetía en los últimos metros antes de llegar a la meta, quizás en treinta minutos terminaría la competencia y muy probablemente en primer lugar.
Pocas ideas que no se relacionaran con la técnica, el empuje, la postura de la espalda, la potencia de las piernas, la firmeza de los brazos se le cruzaban por la mente a Plomenio. Se esforzaba porque su cabeza, que es un poco andariega, estuviera en el lugar correcto y la sintonía adecuada.
Por momentos parecía que iba con los ojos cerrados intentando llegar con alas más que con cualquier otra cosa. Su mirada seguía el monótono movimiento circular de sus ruedas que se giraban vibrantes al compás de los pedales que parecían estar cocidos a los delgados pies de Plomenio.
El cansancio se hacía cada vez más pesado y el sudor que corría por su cuerpo volaba hacía atrás mezclándose con el aíre.
Sin embargo, empezó a intensificar la fuerza y la potencia. Sabía que tendría que arremeter en los últimos minutos; muy cerca estaba otro competidor que respiraba tan fuerte que la nunca de Plomenio lo podía sentir.
Sus piernas comenzaron a temblar al igual que sus brazos. Los músculos de la cara se movían tanto que parecía un show de muecas. Su corazón se marcaba en el pecho, mientras que su mente empezaba a perderse entre la niebla.
Levantó la vista por un segundo y logró divisar que la meta estaba a tan solo un par de metros. Siguió, lucho. La fuerza le faltaba pero él no le permitía que estuviera ausente. Ciego de euforia continuaban con la música de fondo aunque no le gustara.
Finalmente y sin más cruzó la meta y empezó a aflojar poco a poco con la potencia. Las ruedas siguieron girando solas. Plomenio quiso saltar de esa bicicleta y festejar.
Abrió por completo los ojos y miro a su alrededor. Asustado se dio cuenta de que él no era un ciclista. Era un triste cajero. Estaba en un gimnasio de barrio.



Por Manuela Carcelén Espinosa

4 comentarios:

Eduardo Betas dijo...

Buenísimo, Manuela. En particular no me gustan mucho los relatos con finales sorpresivos que te resignifican la lectura. Pero en este caso, tal vez por la extensión de la narración o el ritmo, me pareció muy natural.

Manu dijo...

Eduardo, muchas gracias por tu comentario y por leernos! Que bueno que te gusto el efecto sorpresa del final. Por el lugar en donde nació la idea, tenía que ser así!

Anónimo dijo...

mientras mis ojos corren al ritmo de su post pienso "uy no! al final ese pobre se va terminar parado en una bicicleta estática escuchando música de gym, será?",,, jajajaja

lo pensé eso tal vez por mi cerrada 'relación de amor perseguida' con las bicis y ejercícios en general. jeje

pero igual me sorprendiste con ese final "asi es la vida"["q puedo hacer, es asi,," jejeje] y el ritmo del texto está buenísimo pa llegar al 'climax'.

creo q solo un triunfo de Flamengo en su partido de hoy me sorpredería más. =)

beijo

Anónimo dijo...

pobre plomenio, otro ser atrapado por la alienación de un trabajo insoportablemente insalubre...