jueves, 9 de octubre de 2008

Pudiste

Lo recuerdo perfectamente. Íbamos de la mano, ya no sentíamos esa vergüenza del principio, ya no nos importaba y entonces íbamos de la mano. Cada tanto nos besábamos. Las risas, como hadas de la paz, nos rodeaban el aura.
Paseábamos por el parque, ese que queda justo en la mitad del camino de tu casa a la mía y de la mía a la tuya. Lo recuerdo perfectamente, tan vívido es, que me parece que lo estoy reviviendo a medida que lo escribo.
Tus ojos me miraban enamorados y mi boca se acercaba a la tuya. Volvíamos a reír y sin apuro nos sentamos debajo del árbol, ese que te gustaba tanto.
De repente te pusiste serio, como si hubieras practicado esa escena frente al espejo unas mil veces. Respiraste profundo y te noté triste. No interrumpí tu meditación.
Finalmente dijiste que alguno de los dos debería dar un paso. Deberías hacer esto. Deberías hacer lo otro y me dijiste tantos “deberías” que me aburriste. Deberías, deberías.
“¿Y vos que deberías hacer?”, te pregunté. Y me dijiste muy tajante: “Yo debería alejarme de vos. Pero no puedo.”

Por Laura Brizuela

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