Paraísos a 45 minutos

Las calles de mi Quito

Desperté feliz. Ya llevo tres días así. No sé si es el calor, las flores, el sol, la poca ropa o una simple recuperación que le correspende a cada año. Me miro al espejo y me siento linda, con un par de gorditos de más (mal de las mujeres de ahora), pero al fin y al cabo linda.
Los halagos que he recibido colaboran con esa pronta recuperación, después de un invierno oscuro. Mi piel blanca, exageradamente blanca parece brillar; y aunque las venas se vean tras las rodillas esta vez no siento que mi color se parezca al de un muerto.
Mi sonrisa está ahí. Mi rostro parece más joven, aunque en realidad esa es una característica mía. Mi cuerpo está caliente, a veces demasiado. Pero a ese calor intento apaciguarlo con litros de agua, jugo, cerveza, vino y pronto lo haré con Espíritu del Ecuador.
Canto a todo pulmón las canciones de Héctor Napolitano con su Son de Galápagos... Con un traguito estoy bien, con dos me pongo sabroso, con tres soy más pegajoso, con cuatro no sé que hacer (...) Y como soy el que invita, yo invito y sigo bebiendo... mientras me tomo una copita y un vaso grande de licuado de papaya.
Hoy me levanté con ánimos ecuatorianos. Con ganas playeras. Con soles equinocciales. Con música alegre. Con sentimientos de montaña. Con ilusiones de fin de semana. Con sueños de viajes de 45 minutos, que te llevan a paraísos.
Hoy me levanté con ganas de ir al cielo a dar una vuelta, mirarte y volver.

Baños de Ambato, a las faldas del Tungurahua

Por Manuela Carcelén Espinosa