lunes, 26 de enero de 2009

Laura y sus demonios

Cuando Laura escuchó esas notas, sintió una estocada. Su corazón, insulso, iba deteniendo los latidos con esa música que no podía hacer más que conducirle a la muerte. Ella no quería morir pero la sensación de perdida la llevaba sin remedio a ese fin.

Hundida entre blancos y violetas no podía pronunciar palabras, mientras veía como un demonio, parado frente a ella, con los ojos profundos, los labios carnosos y los dientes sangrantes recorría con las yemas de los dedos su cuerpo. Hacía pausas en algunas partes pero sobre todo le gustaba rozar su pecho.

Laura, ya fragmentada, sentía un calor inexplicable, uno como el del infierno. Las piernas le temblaban, los brazos caídos no atinaban a moverse, su vientre revoloteaba y sus lágrimas recorrían el rostro contraído.


A su alrededor solo veía sombras; nada parecido a un ser humano cruzaba ese espacio y ella desesperada solo quería una piel rellena de huesos que le hiciera creer que todavía las personas existen. Pero la soledad llenaba el lugar.

Con un miedo incontrolable, que casi la conducía al desmayo preguntó el por qué del goce de ese ángel negro ante tanto dolor. Él respondió algo difícil de entender, algo como: es que ustedes los mortales sólo perciben que están vivos cuando sufren, cuando sienten. Ese es mi deber, mi lugar, mi objetivo. Así como los ojos están hechos para mirar, la vida está hecha para morir.

Ella se desplomó. Él lloró. Se encontraron en el infierno. Arden juntos.


Por Manuela Carcelén Espinosa.

2 comentarios:

Silvio Bolaño Robledo dijo...

Todo ángel es terrible

R.M. Rilke

Manu dijo...

Por eso hay que evitarlos!