El amor lo invadió de repente. Es que dicen que las verdaderas pasiones son así. Explosivas, incontenibles, violentas, estúpidas. Y él no pudo menos que ser la máxima expresión de sus impulsos.
La primera vez que la vio fue en Navidad. Los amigos empezaban a llegar con alcohol y sonrisas. Era una fiesta de refugiados, eran todos de diferentes países y latitudes, es más sólo había una argentina, una que rápidamente se puso a sambar y a enseñarle los pasitos al resto de los borrachos.
Entre risas y fotos, Cristian salió al balcón para fumar, aunque todos los demás ya estuvieran haciéndolo sin permiso alguno desde hacía algunas horas. Vio la escena, sonrió y salió.
La noche estaba despejada, el día había sido caluroso pero ahora la temperatura era ideal para enamorarse. Qué gracioso que pensara eso cuando vio a Clara.
Ella apareció en el balcón de al lado. Miraba al destino aburrido y melancólico. Preciosa, pensó y le dijo feliz navidad.
- Gracias, igualmente
- Nunca la había visto en el edificio. ¿Hace mucho que vive acá?
- No, unos meses. Yo tampoco nunca te vi. Te puedo tutear, ¿no?
Y a él se le estrujó el corazón. Sí, puedes lo que quieras conmigo, lo que tú quieras.
- Claro, yo le empecé a hablar así, porque en mi país, así lo acostumbramos.
- Ah, no sos de acá… ¿De dónde sos?
“Listo. Ya es mía.”, pensó y comenzaron a hablar de su tierra, de Buenos Aires, del chino que no quiere dar monedas, de la portera chusma y de los chicos del sexto que escupen a la gente que pasa por la calle.
La fiesta continuaba adentro. Ahora uno de los invitados bailoteaba con un calzoncillo por encima de los pantalones, mientras un par bailaban regueton.
“Deberías ir con tus amigos y yo regresar con mi marido y mis hijos”
Después del silencio, Cristian sintió ira. Maldijo al estúpido ese del marido que tenía, a los hijos y a la puta suerte que nunca lo acompañó. “La puta madre que la parió, que la re mil parió”.
- Si querés un día venís a tomar un café, digo… la charla está tan interesante.
- Si, claro. Me encantaría, cuando tú digas. Mi lugar preferido es el balcón, así que aquí estaré – y rió entupidamente.
- Buenisimo, fue un gusto.
- Fue mío…
Entonces Clara se metió adentro dejándolo ilusionado.
Un mes después, Cristian estaba encima de ella haciéndole el amor en la cama matrimonial. Le gustaba verla a los ojos, pero no se perdía detalles del cuerpo y de la boca que era apresada en la comisura por dientes blancos y jóvenes. Se dio cuenta en ese momento que estaba enamorado, aunque le pareciera de adolescentes, cosa muy lejana a sus casi 40 años.
En las tardes, conversaban largamente en el balcón. Luego ella se metía, porque el marido llegaba y la comida tenía que ser servida. Pero un día llegó antes.
Cristian sintió la adrenalina de lo indebido, pero ella manejó la situación. Los presentó, le dijo que el vecino era muy amable y que últimamente le hacía compañía hasta que él llegara. Le contó entre risas que los dos compartían gustos por cocinar y deleitar a sus respectivas parejas y que muchas veces Cristian le había pedido consejos culinarios que ella, por supuesto y de mil amores, le había dado.
“Es que el novio de Cristian es muy exigente”, remató.
El marido se quedó conforme, ella seguía cínicamente alegre y Cristian estupefacto asintió.
Ahora dos o tres veces por semana Cristian va a comer a la casa de Clara y Pablo. Los niños juegan mientras ella cocina y ellos beben cerveza. Luego, el marido y los chicos se van a dormir porque sino se hace tarde.
Cristian termina su café y amaga con irse hasta que Clara le pregunte si no la ayuda con los platos, el dice que sí. Y el marido se va feliz a su cama.
Una hora después, Clara y Cristian hacen otra vez el amor en el balcón.
La primera vez que la vio fue en Navidad. Los amigos empezaban a llegar con alcohol y sonrisas. Era una fiesta de refugiados, eran todos de diferentes países y latitudes, es más sólo había una argentina, una que rápidamente se puso a sambar y a enseñarle los pasitos al resto de los borrachos.
Entre risas y fotos, Cristian salió al balcón para fumar, aunque todos los demás ya estuvieran haciéndolo sin permiso alguno desde hacía algunas horas. Vio la escena, sonrió y salió.
La noche estaba despejada, el día había sido caluroso pero ahora la temperatura era ideal para enamorarse. Qué gracioso que pensara eso cuando vio a Clara.
Ella apareció en el balcón de al lado. Miraba al destino aburrido y melancólico. Preciosa, pensó y le dijo feliz navidad.
- Gracias, igualmente
- Nunca la había visto en el edificio. ¿Hace mucho que vive acá?
- No, unos meses. Yo tampoco nunca te vi. Te puedo tutear, ¿no?
Y a él se le estrujó el corazón. Sí, puedes lo que quieras conmigo, lo que tú quieras.
- Claro, yo le empecé a hablar así, porque en mi país, así lo acostumbramos.
- Ah, no sos de acá… ¿De dónde sos?
“Listo. Ya es mía.”, pensó y comenzaron a hablar de su tierra, de Buenos Aires, del chino que no quiere dar monedas, de la portera chusma y de los chicos del sexto que escupen a la gente que pasa por la calle.
La fiesta continuaba adentro. Ahora uno de los invitados bailoteaba con un calzoncillo por encima de los pantalones, mientras un par bailaban regueton.
“Deberías ir con tus amigos y yo regresar con mi marido y mis hijos”
Después del silencio, Cristian sintió ira. Maldijo al estúpido ese del marido que tenía, a los hijos y a la puta suerte que nunca lo acompañó. “La puta madre que la parió, que la re mil parió”.
- Si querés un día venís a tomar un café, digo… la charla está tan interesante.
- Si, claro. Me encantaría, cuando tú digas. Mi lugar preferido es el balcón, así que aquí estaré – y rió entupidamente.
- Buenisimo, fue un gusto.
- Fue mío…
Entonces Clara se metió adentro dejándolo ilusionado.
Un mes después, Cristian estaba encima de ella haciéndole el amor en la cama matrimonial. Le gustaba verla a los ojos, pero no se perdía detalles del cuerpo y de la boca que era apresada en la comisura por dientes blancos y jóvenes. Se dio cuenta en ese momento que estaba enamorado, aunque le pareciera de adolescentes, cosa muy lejana a sus casi 40 años.
En las tardes, conversaban largamente en el balcón. Luego ella se metía, porque el marido llegaba y la comida tenía que ser servida. Pero un día llegó antes.
Cristian sintió la adrenalina de lo indebido, pero ella manejó la situación. Los presentó, le dijo que el vecino era muy amable y que últimamente le hacía compañía hasta que él llegara. Le contó entre risas que los dos compartían gustos por cocinar y deleitar a sus respectivas parejas y que muchas veces Cristian le había pedido consejos culinarios que ella, por supuesto y de mil amores, le había dado.
“Es que el novio de Cristian es muy exigente”, remató.
El marido se quedó conforme, ella seguía cínicamente alegre y Cristian estupefacto asintió.
Ahora dos o tres veces por semana Cristian va a comer a la casa de Clara y Pablo. Los niños juegan mientras ella cocina y ellos beben cerveza. Luego, el marido y los chicos se van a dormir porque sino se hace tarde.
Cristian termina su café y amaga con irse hasta que Clara le pregunte si no la ayuda con los platos, el dice que sí. Y el marido se va feliz a su cama.
Una hora después, Clara y Cristian hacen otra vez el amor en el balcón.
Por Laura Brizuela.
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