Decidí volver al ruedo cuando me di cuenta de que estaba haciéndome amiga de la soledad. Porque ella me entiende, me justifica, no me exige nada. Pero también empezó a asustarme y decidí aceptarle una cita a la aventura. No tenía demasiadas expectativas pero estaba algo ansiosa.
A Bruno lo conocí por medio de Ana. No fue amor a primera vista pero no me pareció que estuviera mal. Habíamos hablado varias horas de cine y teatro aquella primera noche y justo esa semana había un festival independiente que prometía ser muy interesante. Se acordó y me invitó.
Le pidió mi celular a mi amiga y me llamó. Me gustó la voz en el teléfono, parecía más grave de lo que recordaba y la risa terminó por cautivarme.
Me vestí con esmero, me pinté las pestañas. ¡Uf! Hacía mucho que no lo hacía. Quedaron largas. Me arreglé el pelo y salí.
Llegué diez minutos tarde como dicta el manual de citas. Me esperaba con las manos en los bolsillos y los hombros levantados por el frío. Me causó gracia unos saltitos que dio para aminorar el frescor. Nos saludamos, teníamos las caras heladas, y sentí la agradable sensación de una barba crecida. Me sonrió y empezamos a hablar.
Vimos la película, comimos pochoclo, paseamos por unas galerías, después fuimos a un bar. No nos queríamos despedir. Fuimos a otro bar, ya por otro barrio menos alternativo y me dio un beso seguidos de muchos otros que terminaron en la propuesta indecente de ir a su casa en la primera cita. Aquí rompí las reglas del manual. “Si, vamos”, le dije segura de que me encantaba.
Llegamos al departamento que estaba curiosamente ordenadísimo. Me sirvió un Bailey’s, y para él un whisky. En cuanto brindabámos, yo pensaba rápidamente si estaba bien depilada y qué ropa interior tenía puesta.
En medio de mis pensamientos un perro viejo me vino a saludar meneando la cola. Ese fue un golpe bajo y una vez más me felicité por haberle dicho que sí.
Jugamos con el animal unos minutos, me contó que se lo compró porque a veces la soledad lo asusta aunque ella lo entiende, lo justifica y no le exige nada. Luego Paco, como se llama el bicho, se fue a dormir y nosotros nos concentramos en otras cosas.
Apartamos los tragos y nos dedicamos al amor ahí mismo en el sillón, al terminar pasamos al cuarto y repetimos. Una vez cansados dormitamos, al tiempo que hablábamos como en secreto. Todo perfección.
Hasta que de repente un sonido de tos, de ahogo, que provenía de la sala nos despertó del letargo. Corrimos a ver qué era.
Paco se había tragado uno de los preservativos que había quedado en la sala. Quería escupirlo, pero se lo tragaba cada vez más.
Me quedé muda, mordiendo un pedazo de la sábana que me cubría. Bruno le metía la mano en la boca al perro que terminó por tragárselo.
- ¿A donde mierda consigo un veterinario a esta hora? Que perro pelotudo… - dijo agarrándose la cabeza y mientras se le escapaba una risa.
- ¡Yo tengo una amiga que es veterinaria, ¡llamemosla!
Rocío estaba durmiendo, como era probable un jueves a las 4 de la mañana. Como me dio vergüenza explicarle la situación, le pasé el tubo a Bruno. No sólo el perro había sido pelotudo.
Ella le dijo que no se preocupe, que los cachorros al igual que los bebés humanos para probar el mundo lo empiezan haciendo con el sentido del gusto y que ese globo con el que jugaba lo va a eliminar sin problemas con la dosis justa de vaselina. “Si, cachorro”, lo escuché decir.
Había que darle el santo remedio urgente porque estaba tirado en el piso quejándose de dolores.
-¿Cuánto pesará Paco?
- ¿Nunca lo pesaste?
- No, nunca se había comido un forro…
- Jajaja! No se, yo diría unos 20, 25 kilos. Es gordo… No le das de comer, por eso se lo manduqueó.
- Come como un hijo de puta este animal… Hoy quedó más que claro. ¿Qué pasa si me paso con la dosis?
- Va a tener diarreas, cólicos, se puede morir. No es joda.
- Ta madre. ¿Y como lo peso? ¿Vos cuanto pesás?
Hombres de la viña del Señor. Nunca, nunca jamás debe hacerse esa pregunta. Pero este era un caso de vida o muerte.
- Ammm…
- ¿Cincuenta? (ay tan lindo)
- Eh… no se bien.
- Aproximadamente.
- Unos 64 kilos con 80 gramos.
- Ok, vení.
En ese instante, me agarró como si fuéramos a entrar después de la boda a la casa nueva, y me retuvo en sus brazos un rato, mientras subía y bajaba los brazos y ponía cara de concentración.
Me bajó e hizo lo mismo con Paco.
Sólo los gemidos del perro interrumpían su concentración. Tomó la vaselina, la mezcló con no se qué y se la dio. “Debe pesar 30 kilos para mi”
El perro se curó. Cagó el preservativo y se repuso de lo más bien.
Eso fue la semana pasada. Y tuvimos como excusa vernos todos los días para ver cómo seguía el perro. Hoy jueves, vamos al teatro. A ver una obra que habla de papelones en el amor.
A Bruno lo conocí por medio de Ana. No fue amor a primera vista pero no me pareció que estuviera mal. Habíamos hablado varias horas de cine y teatro aquella primera noche y justo esa semana había un festival independiente que prometía ser muy interesante. Se acordó y me invitó.
Le pidió mi celular a mi amiga y me llamó. Me gustó la voz en el teléfono, parecía más grave de lo que recordaba y la risa terminó por cautivarme.
Me vestí con esmero, me pinté las pestañas. ¡Uf! Hacía mucho que no lo hacía. Quedaron largas. Me arreglé el pelo y salí.
Llegué diez minutos tarde como dicta el manual de citas. Me esperaba con las manos en los bolsillos y los hombros levantados por el frío. Me causó gracia unos saltitos que dio para aminorar el frescor. Nos saludamos, teníamos las caras heladas, y sentí la agradable sensación de una barba crecida. Me sonrió y empezamos a hablar.
Vimos la película, comimos pochoclo, paseamos por unas galerías, después fuimos a un bar. No nos queríamos despedir. Fuimos a otro bar, ya por otro barrio menos alternativo y me dio un beso seguidos de muchos otros que terminaron en la propuesta indecente de ir a su casa en la primera cita. Aquí rompí las reglas del manual. “Si, vamos”, le dije segura de que me encantaba.
Llegamos al departamento que estaba curiosamente ordenadísimo. Me sirvió un Bailey’s, y para él un whisky. En cuanto brindabámos, yo pensaba rápidamente si estaba bien depilada y qué ropa interior tenía puesta.
En medio de mis pensamientos un perro viejo me vino a saludar meneando la cola. Ese fue un golpe bajo y una vez más me felicité por haberle dicho que sí.
Jugamos con el animal unos minutos, me contó que se lo compró porque a veces la soledad lo asusta aunque ella lo entiende, lo justifica y no le exige nada. Luego Paco, como se llama el bicho, se fue a dormir y nosotros nos concentramos en otras cosas.
Apartamos los tragos y nos dedicamos al amor ahí mismo en el sillón, al terminar pasamos al cuarto y repetimos. Una vez cansados dormitamos, al tiempo que hablábamos como en secreto. Todo perfección.
Hasta que de repente un sonido de tos, de ahogo, que provenía de la sala nos despertó del letargo. Corrimos a ver qué era.
Paco se había tragado uno de los preservativos que había quedado en la sala. Quería escupirlo, pero se lo tragaba cada vez más.
Me quedé muda, mordiendo un pedazo de la sábana que me cubría. Bruno le metía la mano en la boca al perro que terminó por tragárselo.
- ¿A donde mierda consigo un veterinario a esta hora? Que perro pelotudo… - dijo agarrándose la cabeza y mientras se le escapaba una risa.
- ¡Yo tengo una amiga que es veterinaria, ¡llamemosla!
Rocío estaba durmiendo, como era probable un jueves a las 4 de la mañana. Como me dio vergüenza explicarle la situación, le pasé el tubo a Bruno. No sólo el perro había sido pelotudo.
Ella le dijo que no se preocupe, que los cachorros al igual que los bebés humanos para probar el mundo lo empiezan haciendo con el sentido del gusto y que ese globo con el que jugaba lo va a eliminar sin problemas con la dosis justa de vaselina. “Si, cachorro”, lo escuché decir.
Había que darle el santo remedio urgente porque estaba tirado en el piso quejándose de dolores.
-¿Cuánto pesará Paco?
- ¿Nunca lo pesaste?
- No, nunca se había comido un forro…
- Jajaja! No se, yo diría unos 20, 25 kilos. Es gordo… No le das de comer, por eso se lo manduqueó.
- Come como un hijo de puta este animal… Hoy quedó más que claro. ¿Qué pasa si me paso con la dosis?
- Va a tener diarreas, cólicos, se puede morir. No es joda.
- Ta madre. ¿Y como lo peso? ¿Vos cuanto pesás?
Hombres de la viña del Señor. Nunca, nunca jamás debe hacerse esa pregunta. Pero este era un caso de vida o muerte.
- Ammm…
- ¿Cincuenta? (ay tan lindo)
- Eh… no se bien.
- Aproximadamente.
- Unos 64 kilos con 80 gramos.
- Ok, vení.
En ese instante, me agarró como si fuéramos a entrar después de la boda a la casa nueva, y me retuvo en sus brazos un rato, mientras subía y bajaba los brazos y ponía cara de concentración.
Me bajó e hizo lo mismo con Paco.
Sólo los gemidos del perro interrumpían su concentración. Tomó la vaselina, la mezcló con no se qué y se la dio. “Debe pesar 30 kilos para mi”
El perro se curó. Cagó el preservativo y se repuso de lo más bien.
Eso fue la semana pasada. Y tuvimos como excusa vernos todos los días para ver cómo seguía el perro. Hoy jueves, vamos al teatro. A ver una obra que habla de papelones en el amor.
Por Laura Brizuela
2 comentarios:
jajajajaja
que buen texto!!!
pobre cachorrinho..
Gracias querido. Ud siempre presente!
Beijao!
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