viernes, 29 de enero de 2010
Piernas de metal
Los rieles del tren indicaban mi camino. A lo lejos se perdía en una curva. Yo andaba por el borde y saltaba entre los fierros. Poco sabía de mi futuro, mi presente, incluso mi pasado. Con pasitos apresurados intentaba llegar a una estación, una tienda, una casa, algo que se diferenciara de esas extensas piernas de metal. El sol golpeaba en mi frente y la piel estaba lastimada. No lograba divisar ni si quiera una suerte de sedentarismo. Quizás debía alejarme de ese camino, adentrarme en el bosque para encontrar un poblado en donde las abuelas miman a los nietos y las madres preparan postres para la familia. Cada vez que intentaba hacerlo, mis piernas se entrelzaban y no me dejaban cambiar el rumbo. Tropezaba y caía una y otra vez. Por momentos me resignaba a esa soledad (realidad). Otros, soñaba que tenía un hogar, una prisión, un hueco cubierto de ramas de eucalipto que perfumaba el entorno. Pero mi destino estaba en las rieles. Pasaban los días. Perdía la compostura. Gritaba, maldecía y hasta lloraba. Mis pies seguían solos aquel sendero. ¿Soy un vagabundo? Ya no logro anclarme ni en la brisa.
Por Manuela Carcelén Espinosa
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