Me levanté de la cama. Todo se veía igual. El cuarto, a pesar de los colores, estaba cargado de desidia. Tú estabas ahí, acostado, parecías dormir.
Mi mente, escasa y confusa, estaba llena de ideas, de imágenes, de ti y de mí. Pasaban una atrás de otra a velocidades impensables. Brrr. La sacudí. Todo paró. Empecé a preparar mi viaje, era largo.
Dibujé cada pared. Conté historias por todo rincón. Tú mirabas. Yo seguía.
Empecé a abrir las llaves de la casa, una por una. Te amaba. Seguía abriendo.
Recorrí los espacios. Sentí paz. Pensé entender lo que es la vida. Seguro me equivoqué.
Caminé por el departamento, cerré todas las ventanas, abrí toda la vida. Así decidí regresar a mi cuarto. Allí me esperaba tu escondite.
Me acosté junto a ti. Te abracé y te juré que algo de la eternidad nos esperaba.
Por Manuela Carcelén Espinosa
2 comentarios:
Esa serenidad que describes parece muy intensa. A veces me pasa, entonces me pregunto si acaso es o no serenidad...
es como esa serenidad apresurada, que busca pronto el momento de realmente sentirse sereno. va a grandes velocidades para llegar a la anhelada paz.
Publicar un comentario