viernes, 26 de octubre de 2007

Carta para el innombrable:

Me gusta que no estés, ya me acostumbré a tu ausencia, me gusta que así sea, no quiero que la nostalgia te ataque, ni que vuelvas, no deseo que pienses en mí, ni que te ilusiones con posibles encuentros, espero que no te enteres si estoy bien o mal, sola o acompañada, triste o feliz, no quiero que sepas nada de mí. Tampoco pretendo saber de vos porque temo que las cadenas se vuelvan a unir apresandome a la conocida angustía y a la soledad, a la desesperación y al llanto, el abandono se hará más fuerte y mi - ahora lograda - sensación de bienestar caerá de un séptimo piso, haciendose pedazo y dejándome sola, otra vez.

Sin embargo, quiero decirte algo: me costó sacarte de mi, del alma, del corazón, de mi ser, pero lo hice, pensé que no era posible, que tendría que llevarte a todos lados, que cargaría con nuestra historia, que nunca me sentiría libre, que siempre me sentiría infiel; pero no, no fue así, ya no estás más y tampoco te extraño, aunque a veces pienso en vos, pero desde otro lado, y es que ya no te sufro.

Me molestó como te fuiste, como si nada, sin hablar, como si nos fuerámos a ver al otro dia a sabiendas de que era la última vez, como si no te doliera, como si no significara nada. Las preguntas que te hubiera hecho hace tiempo ya no tienen sentido, el amor que te tuve se desvaneció, ni siquiera el cariño lo reemplazó, tampoco el odio o la aversión tomó su lugar, simplemente la nada, es por eso que no contesto tus emails, ni atiendo tus llamadas, es por eso que esta carta es lo último que vas a saber de mi.


Por Laura Brizuela

1 comentario:

elblogdelcapi dijo...

Es curioso cómo a veces somos capaces de almacenar la vida en el desván de los recuerdos. Cómo lo que ha sido tan importante para nosotros lo metemos en una caja de cartón, la cerramos con una cinta y, a partir de ese instante, lo que contiene se convierte en eso, en una caja.

Sólo hay que conocer el momento en el que uno puede volver a abrirla. Hasta que no estés segura no entres en el desván de los recuerdos, porque hacerlo es siempre una tentación de curiosear en los recuerdos t, en ocasiones, el recuerdo nos aturde y nos hace vulnerables. Si escoges el momento adecuado, sólo te provocará una sonrisa, en la que evocarás los buenos momentos y hasta te reirás del sufrimiento. Toda persona necesita un desván para mantener el espacio necesario para la vida.