lunes, 22 de octubre de 2007

Un cuento sobre ella

Se considera interesante. Ni hermosa, ni sexy, ni demasiado inteligente. Interesante. Siente que es una buena forma de definirse. Así se describe muchas veces en el chat y así contesta en los test que aparecen en las revistas femeninas, por las que cultivó un fanatismo preocupante.
Es de estatura mediana, cabello castaño, ojos del mismo color y un sinfín de lunares que suelen ser confundidos con pecas. A partir de sus 15 años empezó a engordar, y cree que debe tener al menos unos 30 kilos de más, aunque su nutricionista le habló de 15, ella considera que es el doble. Ya se cansó de las dietas, de los esfuerzos y de la bulimia, por lo que decidió ser así, como es. “Me gusta comer, es lo único que realmente me gusta. ¿Qué puedo hacer?” piensa regularmente mientras devora algo.
Con los años se volvió una experta en no llamar la atención, suele caminar mirando al piso y sus vestimentas son grises. Hubo un tiempo en que no era así, pero de ese esfuerzo también se cansó.
Solía ser alegre, graciosa, vital y enérgica, pero la muerte de su madre la afectó gravemente y a partir de allí se vino todo en picada. Se alejó de sus amistades, se volvió huraña y mal humorada.
Está a punto de cumplir 29 años y nunca fue besada por un hombre. Ni tocada. Mucho menos amada. Ella reconoce que su situación no es de lo más común, pero también ya se resignó a que su sexualidad muera sin haber vivido. Se siente una sombra. Se quiso rebelar contra ese papel, pero luego empezó a sentirse cómoda en él y le relegó a su hermana gemela las estrellas, la atención y las conquistas. Es que no quiere competir.
Sólo una vez estuvo cerca del amor. Hace ya como 9 años. El muchacho era tímido también, más bien feo, muy alto e impresionablemente delgado. Se llamaba Ezequiel y ella estuvo enamorada de él durante años, todo en el más hermético silencio. Las veces que hablaron fue porque él le preguntó la hora o si le alcanzaba ese cancionero o si quería leer los salmos de hoy o si lo ayudaba a arreglar la iglesia antes de que llegaran los feligreses, y sus respuestas eran siempre iguales “si”. Probablemente el chico nunca sospechó de su amor incondicional y tal vez hasta la consideraba una “chica rara”, pero ella no se lo podía sacar de la cabeza y el corazón. Se arreglaba con esmero y hasta probó con delinearse los ojos, lo que le gustó de sobremanera y empezó a abusar del lapiz negro, dándole un aspecto peculiar que no combinaba con la ropa casi eclesiástica.
Tejía historias de amor en donde era hermosa, seductora y en donde Ezequiel era tal cual era. En todas ellas, luego de frases acarameladas y declaraciones dignas de púberes, se amaban con desenfreno. Intentaba usar toda su imaginación, pero sabía que no era extensa y le provocaba remordimiento la curiosidad, por lo que quedaban condenadas a cuentos de hadas.
El día que observó que Ezequiel llevaba un anillo de compromiso, se le acabó el mundo. No contempló el suicidio porque el temor al castigo de Dios era mayor, pero sintió que ya nada tenía sentido. Abandonó todo intento por seducirlo. Desde entonces se dedicó más que nunca a los servicios de la Iglesia. Sigue constante en sus fantasías y en su temor a la vida. Y no pretende cambiar nada, ya que cualquier giro podría ser para peor.
“Ay, Constanza... te hemos perdido” pienso ahora, que pienso en ella.


Por Laura Brizuela

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