
Corre hasta el ascensor mientras se le caen algunos papeles. Va recogiendolos y a los tropezones entra. Llega a la planta baja. Se le desata el pelo y ahora no sabe donde puso las llaves. Las busca en el bolso. “Mierda, siempre me pasa lo mismo”. Sigue buscandolas hasta que la puerta se abre de un sopetón. La portera entra a los gritos cubriendose la cara, y llorando.
-¡Esa hija de puta me pegó!
-¿Quien, quien le pegó? - le pregunta mientras le observa la cara. No tenía nada.
-¡La del cuarto, la del cuarto me pegó! Me zamarreó de los pelos, me insultó y me dio una cachetada – el llanto se hacía cada vez más histérico.
-Pero, ¿que pasó, porque le pegó?
-Porque está loca querida, las cosas que preguntás... No ves que me envidia, porque quiere sabotearme, pero dejame, ahora va a saber lo que es bueno. Vos andá, ¿no entrás a las 9 a trabajar?
-Si, estoy llegando tarde.
Ella se fue preguntándose si la del cuarto realmente le había pegado.
La portera se quedó lustrando el piso, y lloraba de en vez en cuando para que algún vecino la vieran sufriendo. Todos coincidieron que sufría mucho y muy bien. Al mes llegó una carta documento a los propietarios. Entre todos debían juntar diez mil pesos para que la señora no los llevara a juicio.
Por Laura Brizuela
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