
Sin hacerse esperar mucho, Mariano, mi hermano de 13 años, comenzó a relatarme todo compungido, la tragedia familiar que había sucedido hacía días nada más.
-¿Ya fuiste a saludar a los pescaditos? - empezó. Y es que en la sala hay una pecera bastante amplia, en donde conviven varias especies, cada uno con nombre e história propia.
-Si, ya los vi. Hay algunos nuevos.
-Bueno, si. Pero ¿notaste que no está Juan? - me preguntó serio.
Juan era el preferido. Llevaba el nombre del mejor amigo de mis hermanos, que son mellizos. Lo que representaba un gran honor. A su vez en la casa de Juan, hay dos pececitos que se llaman Mariano y Luciano. Se ve que es una costumbre galleguense, porque yo nunca la he visto en otro lado.
La cuestión es que el pez Juan había pasado a mejor vida. Y Mariano se dispuso a contarme como había sido.
“Resulta que teníamos que lavar la pecera... Y viste que es complicado, porque hay que sacar a los bichitos, ponerlos en un jarro, algunos no pueden estar en el mismo, porque se muerden y se arma la gorda. Después hay que desagotarla, y es pesada. Además hay que lavarla, más tarde llenarla, ponerle todas las piedritas y las plantitas de plástico... Y recién ahí devolver a los pececitos a su casa. O sea, es un trabajo.
Pero bueno, estaba imunda y ya papá nos había amenazado de muerte si no la limpiábamos. La cuestión es que Juan (el pez) no quería salir del agua. A mi me da un poco de asco cuando se me resbala de las manos, por eso le pedí al Lucho que lo sacara él, para meterlo en el frasco.
En eso, justo entró a la casa, Nico – el perro de la familia, un boxer que es una masa dura de músculos experto en babear – y cuando Luciano lo vio, se puso nervioso, porque a Nico le gusta jugar con los pescaditos...
Empezamos a gritarle al perro para que se fuera al patio, pero no obedecía. Y Juan se escapó de entre las manos de Lucho y fue a parar directamente al piso.

Terminamos de limpiar la pecera y nos fuimos a jugar. En la cena le contamos a papá que Nico se había querido comer a Juan y nos reíamos todos mientras recordabamos los gritos desesperados mios, los saltitos que daba Lucho mientras tenía arcadas por como se movía el pez entre sus manos y como el perro lo mordisqueaba sin poder comérselo. Era todo muy gracioso.
Cuando acabamos de cenar, papá se levantó a ver como había quedado la pecera. Y nos dijo muy contento, que habíamos hecho un buen trabajo. Pero, al rato nos llamó: ' Chicos... ¿Dónde está Juan?'
Lo buscamos. En la pecera no estaba. Era imposible que el perro se lo haya comido. Pensamos en todas las posibilidades y nada. Hasta que Luciano lo encontró.
Vino con el tarro en donde lo habíamos dejado para limpiar la pecera. El frasco no tenía agua, porque el tarado lo dejó arriba de la estufa y se había evaporado. Al fondo estaba Juan, casi negro”.
Por Laura Brizuela
1 comentario:
JAJAJAJAJA Que crueldad!!!!! Pobre Juan, estuvo así de salvarse, pero sufrió de una muerte absurda después de enfrentarse al peligro del perro, che.
Me van a prestar el libro que me recomendaste, me dijeron que es muy lindo.
Besos para las dos!!!
Mari
Publicar un comentario