martes, 10 de junio de 2008

Como Silvina

Silvina Suarez representaba en la escuela, todo aquello que los demás no querían ser: era pobre, amargada, parsimónica, mal vestida, tenía padres separados y una superpoblación de piojos. Siempre estaba sola. En el recreo se sentaba en uno de los banquitos que recibía sol y se quedaba ahí hasta que tocara el timbre, mientras las demás jugábamos al elástico o corríamos por los patios.

Aunque yo era de las chicas que correteaba feliz por el colegio, lo odiaba. Detestaba a mis maestras, la estúpidez de las monjas, la voz chillona de la directora, las tareas hechas por las madres e injustamente calificadas con la mejor nota, pero sobre todo me enfermaba que Silvina Suarez estuviera siempre sola.

Un día me senté a su lado. No hablamos. No cruzamos ni una sola palabra. Me miraba de reojo, desconfiada. Yo seguí comodamente estirada recibiendo los rayos de sol. Y esto se volvió rutina. En el recreo, yo me sentaba a su lado y nos quedábamos ahí sin decir nada. A veces observaba sus piojos trabajadores que iban y venían por el cabello negro, hasta que ella en un acto descuidado se rascaba y cerraba los ojos, disfrutando de la comezón.

- Si lo hacés por mi, podés ir con tus amigas. Yo estoy muy bien acá. - me dijo finalmente, una vez.
- No, me gusta el sol y el jardín. ¿Te molesto?
- No. Me molestan las demás. ¿Jugamos a las cartas?

Nos hicimos amigas, pero nos dejamos de ver cuando ella se cambió de colegio. A veces me pregunto que habrá sido de ella...

Sin embargo esta semana la tuve muy presente. Me siento una Silvina Suarez, lo único que nos diferencia es que no tengo piojos.

Por Laura Brizuela.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Auch...