lunes, 23 de junio de 2008

Esa media naranja


Apenas lo vi me pareció muy atractivo, espectacular. Vivaz y estupendo. Un auténtico metejón. Como diría un amigo: “estaba más bueno que comer pollo con las mano”. Sin duda, tenía todas las virtudes físicas que podía pedir en esta especie.

Nunca imaginé que él me fuera a coquetear y menos que terminara por invitarme a cenar.

Les comenté a todas mis amigas, a mi amigo del alma, a mis compañeras de la facultad, a los chicos del laburo y hasta a mi hermana, que Fulanito se había fijado en mí. Yo canturreaba de la alegría.

Llegada la noche acordada para la gran cena gran, llevé a cabo el ritual de la preparación. Tomé un baño de una hora que incluyó jabones especiales, depilación express, esponjas relajantes, mascarillas varias y un sinfín de cremas que me darían el toque de gracia.

Luego, se avecinaba el problema de la ropa. Aunque el placard explote, en esos momentos, las mujeres nunca tenemos que ponernos. Es así, genético. No hay como evitarlo. Pero con la edad, una aprende a tranquilizarse y a elegir. Una vez vestida, apareció el tema del maquillaje y el peinado. No se puede escatimar tiempo en esto, tampoco.

Ya lista, esperé.

Y esperé y esperé.

Hasta que el caradura me llamó casi una hora después de la marcada, para decirme que estaba “un poco” atrasado.

Indignada, seguí esperando. Porque como muchas sabrán, la estupidez femenina supera cualquier cannon.

El individuo en cuestión llegó dos horas después, evidentemente borracho. “Tuve que ir a una cena del laburo”, se justificaba.

Le rompí la nariz con el portazo que le di. Y me sentí una infeliz.

En esas horas, me mandó un mensaje de texto mi amigo de siempre, para ver como me iba… y cómo no le contesté, me llamó.

Le dije, lloré de bronca y decepción. Maldije al mundo, a la soledad, a los imbéciles y a la mala suerte.

Él, siempre presente, siempre a mi lado, siempre conmigo, llegó en veinte minutos a mi casa. Sólo tuvo palabras de amor y no se privó de hacer algunos chistes tontos.

Entonces tuve ganas de besarlo. Pero no lo hice.

Abrimos un vino y cortamos algunos quesos. Ahora está en la sala, mientras yo supuestamente estoy en el baño. Mentira. Es que me acabo de dar cuenta de muchas cosas y necesitaba escribirlo.


Por Laura Brizuela

1 comentario:

Felipe Morales dijo...

... o como se demuestra que el bienestar, la felicidad, no suele llegar por medio de la superficialidad de las formas. Lo penoso es que hay quienes sòlo ofrecen formas y, peor aùn, quienes siguen empeñados/as en "comprar" teniendo como ùnico criterio a las formas. Siento que lo haya tenido que sufrir y aprenda lo que es un amigo.