“Él no tiene la culpa de ser así”, piensa Hilda cuando lo ve acercarse a su escritorio. Es que a Bruno, la mayoría de la gente lo señala rápidamente como el infaltable chico molesto de la oficina. Sus gestos, su forma de hablar, sus chistes, sus ideas, todo en él provoca una molestia general con fuertes efectos residuales. Y aunque presiente que no es bienvenido, nunca está seguro.
Cuando ella lo conoció tuvo la misma sensación que el resto del mundo. Es más, hasta se había preguntado cómo se podía llegar a ser así de insoportable tan temprano en la vida.
Cuando él la conoció pensó que ella era la chica más linda que había visto. Su mirada burlona lo cautivó. Es más, recuerda que se preguntó cómo se podía mirar con tanto desprecio al mundo y aún así ser atractiva.
Trabajaron juntos unos meses en los que él no perdía oportunidad de ser gentil, demasiado para ella; le llevaba café a su escritorio, le compraba caramelos y chocolates, se reía estruendosamente de sus chistes, se ofrecía acompañarla a la parada del colectivo y siempre se mantenía cerca.
Ella se acostumbró y hasta aceptó una invitación a cenar. Para su sorpresa, se divirtió. Para la de él, terminaron haciendo el amor.
El reencuentro en la oficina fue raro. Bruno no sabía como saludarla. Cuando finalmente la abordó en el ascensor, ella le dijo con un poco de crueldad, que no tenía memoria de lo que pasó.
Se sintió un trapo. Tanto trabajo para ni siquiera ser recordado. Tanto amor para que ahora ella se desentendiera. Entonces, como mujer abandonada, planificó su venganza.
Marcelo era un tipo engreído. Las minas eran para él una mera necesidad y Bruno lo vio como el candidato perfecto. Entonces lo convenció. Le pagó una buena suma para que seduciera a Hilda, se acostara con ella y luego la rechazara rotundamente. Marcelo dudó, pero aceptó.
Sin embargo, como era de esperarse, se enamoraron. Hilda nunca se enteró del negocio.
Bruno no tuvo otra opción que contratar a Carlos. A Marcelo lo asesinaría a golpes y a ella con veneno. La operación se llevaría a cabo en una semana.
Él pensaba en todo esto, cuando Hilda lo llamó a su escritorio.
“Él no tiene la culpa de ser así”, se repite ella mientras Bruno se acerca.
Se miran. Ella le pide perdón por aquella vez en que lo maltrató. Se vuelve a disculpar y él sonríe, señal que interpreta como un signo de paz, sin saber que en seis días estará muerta.
Por Laura Brizuela.
Cuando ella lo conoció tuvo la misma sensación que el resto del mundo. Es más, hasta se había preguntado cómo se podía llegar a ser así de insoportable tan temprano en la vida.
Cuando él la conoció pensó que ella era la chica más linda que había visto. Su mirada burlona lo cautivó. Es más, recuerda que se preguntó cómo se podía mirar con tanto desprecio al mundo y aún así ser atractiva.
Trabajaron juntos unos meses en los que él no perdía oportunidad de ser gentil, demasiado para ella; le llevaba café a su escritorio, le compraba caramelos y chocolates, se reía estruendosamente de sus chistes, se ofrecía acompañarla a la parada del colectivo y siempre se mantenía cerca.
Ella se acostumbró y hasta aceptó una invitación a cenar. Para su sorpresa, se divirtió. Para la de él, terminaron haciendo el amor.
El reencuentro en la oficina fue raro. Bruno no sabía como saludarla. Cuando finalmente la abordó en el ascensor, ella le dijo con un poco de crueldad, que no tenía memoria de lo que pasó.
Se sintió un trapo. Tanto trabajo para ni siquiera ser recordado. Tanto amor para que ahora ella se desentendiera. Entonces, como mujer abandonada, planificó su venganza.
Marcelo era un tipo engreído. Las minas eran para él una mera necesidad y Bruno lo vio como el candidato perfecto. Entonces lo convenció. Le pagó una buena suma para que seduciera a Hilda, se acostara con ella y luego la rechazara rotundamente. Marcelo dudó, pero aceptó.
Sin embargo, como era de esperarse, se enamoraron. Hilda nunca se enteró del negocio.
Bruno no tuvo otra opción que contratar a Carlos. A Marcelo lo asesinaría a golpes y a ella con veneno. La operación se llevaría a cabo en una semana.
Él pensaba en todo esto, cuando Hilda lo llamó a su escritorio.
“Él no tiene la culpa de ser así”, se repite ella mientras Bruno se acerca.
Se miran. Ella le pide perdón por aquella vez en que lo maltrató. Se vuelve a disculpar y él sonríe, señal que interpreta como un signo de paz, sin saber que en seis días estará muerta.
Por Laura Brizuela.
2 comentarios:
veneno: a forma mais romantica de se cometer uma covardia muito escrota. ou não. jeje
É verdade, más eu acho que esse cara nao pensou nunca nisso... quem sabe,né?
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